La rebelión de Túpac Amaru: antecedentes

INFORME SOBRE LAS CAUSAS DE LA SUBLEVACIÓN DE 1781 437 Pero no pudiera aquietar mi conciencia sin manifestar también, en este particular a Vuestra Señoría Ilustrísima, haber sabido de al– gunos, que si habían sido curas muchos años, había otros tantos que no curaban ni ejercían sus deberes pastorales. Que se hagan las mer– cedes de las prebendas a los párrocos o doctrineros, que habiendo cumplido exactamente con las precisas obligaciones de Curas de Al– mas mucho tiempo, .se hallan cansados, sin especial premio y acaso enfermos e imposibilitados a la residencia formal en sus parroquias, siempre se juzgará bien acordado, muy equitativo, justo, y muy con– forme a la disciplina canónica. Mas en este caso, según mi tal cual juicio de experiencia, no se deben éstos premiar con raciones, ni medias raciones, que en algunas Catedrales serán en realidad de hambre, sino con dignidades a canonicatos, cuyas obligaciones se cum– plen con algún más descanso, por ser menos laboriosas. Fuera de esto, si algunos curas han sido verdaderos pastores, y muy útiles a sus feligreses, no fuera extraño, antes muy provechoso al bien y felicidad de muchos, y a la salvación de ellos mismos, el que pre– miados de otro modo permanecieran en sus destinos parroquiales hasta morir en el puesto, como fieles ministros y soldados de Jesu– cristo; pues lo contrario, infiere muchas veces, la desgracia de aque– llos hijos, que en vida de sus padres que los criaron y educaron bien, son entregados a otros padrastros, que ni cuidan de la misma educación, ni aún le dan siquiera de comer. Pero, de ascender a di– chos curas a los coros canonicales, no parece conveniente sea en pre– bendas inferiores. ¿Dónde hay valor eclesiástico, Ilustrísimo Padre, para ver des– figurada toda la hermosura de la Hija de Sión, o todo el concier– to y decoro de las iglesias catedrales de Indias, que debían hacer gloria de emular a las de España, en la majestad y solemnidad de las funciones de altar y coro, en el orden, armonía y concierto de las sagradas ceremonias, en el género de canto, pausa, seriedad y distribución del rezo de la Divina Salmodia; y que deben servir de norma y ejemplar por donde se gobernasen y modelasen las igle– sias parroquiales, y aun las monasteriales, con la inagilidad y pesa– dez de los mismos ministros de segundo o tercera clase; con su nin– guna instrucción en el canto llano o gregoriano, que es el que debe estar en su punto en las catedrales, (y cuya perfección, no pude introducir ni fomentar en las del Tucumán y La Paz, por más que puse todo conato, y apuré mis fuerzas) y con la ninguna ciencia ni experiencia de la secuela, ceremonias y costumbres de los coros eclesiásticos? ¿Y cómo ha de ser a propósito para todas estas fun– ciones, ni aun capaz de instruirse en ellas un Cura, ya de edad ma-

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