La rebelión de Túpac Amaru: antecedentes

INFORME SOBRE LAS CAUSAS DE LA SUBLEVACIÓN DE 1781 439 en un mismo grado o empleo inferior o medio, no se podrán que– jar de que no son ascendidos, antes bien se deben tener por dicho– sos, de que son útiles a la Madre que los ha alimentado y dar gra– cias a Dios de que puedan servir de algo a su Iglesia, aunque sea en el más ínfimo lugar; pues deben considerar, que, fuera de ha– ber establecido sabiamente la Iglesia, que algunas prebendas sean solamente diaconales, como se ve en muchas catedrales de nuestra Península; en la casa del Señor, todos empleos son honoríficos, y que en la jerarquía eclesiástica, no debe haber menos ordenada se– rie y armonía, que en cualquiera república secular, política y civil; y es cierto que en éstas se advierten, que unos ciudadanos son siem– pre ministros de inferior clase, como alguaciles, fiscales, tenientes, re– gidores, etc.; otros llegan a ser alcaldes, corregidores, superintenden– tes, gobernadores, etc.; pero se ve también que muchísimos, y aún sus hijos y nietos, se quedan toda su vida en aquellos oficios infe– riores, sin quejarse jamás de que no los elevan a los superiores; y de este modo, concurren todos al buen orden y gobierno de los pue– blos y son útiles a la sociedad. Después de esto, para exponer a Vuestra Señoría Ilustrísima, los demás defectos que observé, y desórdenes que aún subsistirán, en aquellas iglesias catedrales del Perú y Río de la Plata; es pre– ciso suponer que en dictamen de muchos eclesiásticos de juicio y timorata conciencia, muchas leyes, así canónicas como reales, no se pueden observar perfectamente, ni aún se permiten al cumplimien– to de dichas iglesias, por la inopia de ministros sagrados, particu– larmente en las de Buenos Aires, Paraguay, Tucumán y Santa Cruz de la Sierra, pues en todas estas cuatro juntas, no sé que llegue a treinta el número de prebendados y ministros de coro; por lo cual me sucedió más de una vez, asistir al de la iglesia del Tucumán, siendo Déan de ella, acompañado solamente, de otro prebendado y el único capellán que hay en él; causándome gran amargura no po– der lograr por esta causa, se celebrasen los divinos Oficios siquie– ra con la solemnidad y decoro, que se pueden celebrar en una po– bre parroquia de nuestras Castillas. Pero, sin embargo, conocemos que todas o las más de dichas ins– tituciones eclesiásticas y reales, se pueden y deben observar, a lo menos, en las otras iglesias de América que tienen suficiente nú– mero de individuos. Lo que prevenido como incontestable los de– fectos canónicos y de disciplina, que noté en aquellas iglesias cate– drales que frecuenté por muchos años, son los siguientes: El señor Benedicto XIV en su precioso Sínodo Diocesano y en sus Consti-

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