La rebelión de Túpac Amaru: antecedentes
INFORME SOBRE LAS CAUSAS DE LA SUBLEVACIÓN DE 1781 445 dijeron había muchos años que no parecía! ¡Qué Regla Consueta, si por no tenerla parece ordenó Su Majestad al Sínodo Provincial de La Plata, se rigiese y gobernase la iglesia de La Paz, por una copia de la de aquella Metropolitana, que es la que yo encontré, aunque bien poco seguida y observada! Estuve, señor Ilustrísimo, por no querer tomar posesión de mi Prebenda hasta dar cuenta e informar a Su Majestad, en su Real y Supremo Consejo de Indias; y ojalá lo hubiese ejecutado como lo pensé, pues sólo con un ejemplar semejante pudiera remediarse aquella canónica irregularidad, la que, si en La Paz, donde por fin hay doce Prebendados y algunos Ministros, es tanta, ¿qué sucederá en las otras Catedrales de aquellos vastos dominios, donde no habrá ni la mitad en cada una? Animóme empero a posesionarme la con– sideración de que si el Prelado me sostenía con su autoridad, po– dría yo arreglar mucho presidiendo el Coro; pero, breve experimen– té, me había engañado mucho en mi modo de pensar; porque lue– go que comencé a asistir al Coro, cuando no pudiendo tolerar tan irregular e indecorosa aceleración en las horas canónicas, pues a ve– ces no tardaban ni una hora en rezar por la tarde vísperas del día con los maitines y laudes del siguiente, me ví precisado a levantar la voz, obligando así a seguirme a los de mi coro, de los que eran algunos amigos, aunque no de aquella intentada pausa, y consiguien– do de este modo tardásemos en dicho oficio por la tarde a lo menos hora y cuarto. Pero viendo se quejaban algunos y murmuraban de esta me– nor aceleración, lo comuniqué al Prelado, para que con su auxilio y respeto apoyase la iniciada moderación, y remediase los otros ex– cesos mencionados. Mas, aunque aparentaba mucho parecerle bien mis intenciones, presumí con fundamento, que porque no ordenaba él, sino el Deán, la práctica de ellas (como si esto no fuera cargo · carga del Presidente de Coro, o como si no hubiese tenido Su Ilus– trísima tiempo para remediar, por sí todos los desórdenes referidos en diez y seis años que llevaba de Obispo de aquella Iglesia), estu– vo muy lejos de usar de sus facultades prelativas, para sostener di– cha moderación y remediar con eficacia la decadencia del culto di– vino y de disciplina eclesiástica en aquella Catedral. Por lo dicho colegí, que el decantado celo de aquel Prelado no era pastoral sino puramente personal, pues no tenía ni se terminaba al verdadero ob– jeto que debía; y sí sólo a que se le prestasen los respetos a veces figurados, a su dignidad y persona, y a que nada se disimulase ni rebajase de sus fueros y derechos, aunque algunos no fuesen inco!l– textables.
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