La rebelión de Túpac Amaru: antecedentes

446 INFORME SOBRE LAS CAUSAS DE LA SrBLEVACIÓN DE 1781 Y digo esto, porque los incontextables y debidos, siempre se los conservamos ilesos, aun cediendo muchas veces aquel Cabildo de los suyos y defiriendo también demasiado aquellos prebendados, a dictámenes y opiniones de die 10 Prelado; muy poco conformes a mi parecer, "'a los referidos debidos fueros y respetos y bien contrarios a la decencia y decoro de aquel su Capítulo Canonical y demás pres– bíteros súbditos suyos; pues en cuanto a su Cabildo experimenté, que siempre que quería ir a su Catedral a celebrar de pontifical, (en lo que se advierte sobreceloso), o a asistir a la misa capitular, obliga– ba a los prebendados, aun contra todo el torrente de lo practicado por otros prelados de las iglesias, por donde he pasado, y de repe– tidas cédulas reales, que en contrario ha mandado expedir Su Ma– jestad, para aquellas partes, las que, yo mismo le insinué en una Junta Capitular a que estaba presente; a que después de haberse tocado al coro y a misa, le esperasen por lo regular más de media hora a la puerta de la iglesia, o en su casa, apurando a todos la pa– ciencia, como así mismo se lo hice presente, en el mismo Cabildo a que asistió, y en el que añadió a otras excepciones, muy poco de– corosas a aquel su venerable cuerpo, la de que, aunque tan opues– ta a la razón de reales determinaciones: "había el Cabildo de es– perarle lo que el mismo prelado quisiese". A esto se agrega la novedad que hallé, del esfuerzo que había hecho para despojar a sus canónigos, como en realidad los despojó, del uso o costumbre que tenían bien establecida de usar la palma– toria con su cera encendida en las misas conventuales, alejando ser derecho privativo del Prelado, sin advertir, ni hacerse cargo de lo más y menos que hay en semejantes materias; pues hay palmato– rias grandes y pequeñas, ricas y pobres; y que más decente fuera al culto divino y al mismo celebrante, que siendo corto de vista co– mo yo, o en un día nubloso, fuese alumbrado por el sacristán o maestro de ceremonias con la luz en la palmatoria, que con la ve– la en las manos, quemándose o llenándose de cera o selDo los de– dos; o leyendo en el misal sin luz delante, y pronunciando mil so– lecismos y bárbaras locuciones. A lo expuesto, pienso se dirige el celo de dicho Prelado; y a captarse un respeto bien anticanónico, en hacer estar de pie en su presencia a muchos sacerdotes, aunque con carácter de curas y aun prebendados, cuando le van a hablar o visitar, siendo constante por el decreto canónico, que el obispo no debe permitir al presbítero estar de pie, ante él, sentado. Y que también les debe el tratamiento de hermanos, lo cual confirman los ejemplares que nos ministra la historia de los concilios de la Igle– sia, en cuyas sagradas juntas tenían los presbíteros sus asientos jun-

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