La rebelión de Túpac Amaru: antecedentes

452 INFORME SOBRE LAS CAUSAS DE LA SUBLEVACIÓN DE 1781 entren, habiten y sean para siempre domésticos de la casa del Se– ñor, llegando a gozarle en su gloria por toda la eternidad, como anuncia el mismo David: animalia tua habitabunt mea. Y para esto, ya se ve que no necesita su Divina Majestad de más extraordinaria providencia. Par a lo que, por ventura, fuera más necesaria, sería para convertirnos ~ nosotros sus indignos ministros y operarios de su viña y de flojos, inconstantes, interesados, y poco celosos de la salud eterna de las almas que nos ha encomendado, volvernos animosos, fuertes robustos, desinteresados, y píamente ce– losos de nuestra salvación y de la de nuestros hermanos. Porque la providencia que su inmensa bondad y la voluntad sincera que tiene de que todos nos salvemos, no me parece que es extraordinaria, si– no muy frecuente; pues la he usado siempre con los infieles y pe– cadores, principalmente en los primeros siglos de su iglesia Y así como entonces, y después casi siempre, convirtió el Señor, y trajo a su conocimiento a los gentiles e idólatras más bárbaros y brutales, y hasta a loB mismos tiranos y crueles verdugos del cristia– nismo valiéndose de la paciencia, humildad, tolerancia en los traba– jos y las persecuciones, de la piedad, misericordia y celo ardiente de la salvación de todo el Mundo, que dispensó a los primeros va– rones apostólicos, y en los tiempos posteriores a un San Francisco Javier, San 'Francisco Solano y a los demás misioneros, y celosos operarios de la viña de su Iglesia, los cuales no han dudado traba– jar y sudar por culti'-'.arla, para cosechar el fruto deseado de la con– versión y salud eterna de los redimidos por Jesucristo, hasta derra– mar muchos su sangre y perder gustosos la vida a imitación del mis– mo Divino Salvador y Maestro; tampoco necesita otra providencia la verdadera conversión de aquellos indios, que la de nuestro con– tinuo trabajo, celosa caridad, predicación, desinterés, e incesante cul– tivo, hasta dar la vida si fuese necesario, y derramar nuestra san– gre, a lo menos en deseo, por la salvación de aquellos prójimos in– dianos. Esta es la conducta bien regular de nuestro amante Dios, en la conversión de los más infieles, protervos y obstinados, aunque en castigos de nuestros pecados, de nuestra desidia, y poco celo, se ex– perimente rara, en estos infelices tiempos. Y creo que el mayor pro– digio que obró, entre otros milagros por la conversión del Universo, fué el que de la misma paciencia y sufrimiento y de la sangre de– rramada de sus siervos y fieles ministros de su Divina palabra, re– naciesen, como dice Tertuliano en su Apologética, nuevos fervoro– sos creyentes, y se aumentase el número de sus verdaderos adora-

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