La rebelión de Túpac Amaru: la rebelión

D.O.CUMENTOS DE LA REBELIÓN DE TÚPAC AMARU 809 pecie de tormenta principalmente mediando ante todas cosas el mas rendido acatamiento, procuraba arrojarme a sus pies, y manifestar– le quanto convenia el que sosegase sus iras al vernos anegados no solamente, en aquel Pielago de tan impetuoso llanto, sino tambien respeto de que sabriamos complacerle, pues ninguno habia faltado tarde o temprano a sus llamadas, y estaban a su disposicion para cumplir quanto mandase, y que si no habian venido prontamente a el rendimiento (que era lo que mas sentia) al fin ya lo habían ve– rificado, y los tenia del modo que queria. A tales expresiones que parece mejor las interpretarian mis ojos que no la turbación de mis labios dexandonos con desprecio total, y todavia incados de rodillas, bolvia las espaldas, y se iba bien airado a su Palacio o toldo donde estaba la Reyna su Mugar, quien quando mas piadosa estaba apoyaba sus intenciones. Y como para mitigar (no tanto el que n.o muriesen los Sentenciados, sino tal vez el que ella 'no se siguiese al mismo sacrificio, porque tambien en es– tas y otras tremendas no se escusaba de sentenciarla muerte) procu– raba suministrarle con cierto alago la Copa, cuyas visoñadas o al– tibajos de semblante acechaba yo para de nuevo rendirme a los pies de ambos dentro del toldo, o solamente a los de la Reyna; de mo– do que siempre que se ofrecieron estos pasajes, y al fin se lo logra– ban mis sumisiones, fueron rebocadas las Sentencias citadas con las palabras de decirla a su Muger; POR TI HAGO ESTE PERDON REYNA. En cuya atencion salia esta e iva conmigo al Cabildo o Quartel, y les encarecía la facultad y circunstancia de su empeño a aquellos Sacerdotes, pero que este habia de tener precisamente a fruto de que cada uno de su parte procurasen solicitarle y remitirles a su Marido bastante polvora, y balas so penas de que serian casti– gados, y se les quitaría la vida sino le executaban, siendo asi con– veniente su agradecimiento para colocarlos en lo sucesivo en las mas puntuales conveniencias, y que asi en ellos estaba el que se lo– grase el mejor ayre de su Consorte. Bajo de estas condiciones, y de que los hacia oír Misa todos los días, y les mandaba quanto se le antojaba, se iban pasando los ins– tantes, los momentos, y las horas en un continuo sobresalto, porque como no dexaba la bebida, y esta le infundía dos mil variaciones en un momento, ya tomaba la idea de que los Sacerdotes no comie– sen sino que ayunasen (en cuyo caso tambien me era preciso indus– triarles alguna cosa): ya la de llamarlos a su mesa, y ya la de po– nerles grillos de suerte que aquel hombre no era cosa que un total desconcierto con toda especie de Gentes, llevando siempre adelan-

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