La Rebelión de Túpac Amaru La Rebelión continuación

880 DOCUMENTOS DE LA REBELIÓN DE TÚPAC AMARU (CONTINUACIÓN} la conflagración universal con que la humanidad hace temblar sus tronos, no hubiera disminuído el poder del que actualmente reina en España. A este movimiento de la naturaleza debo una libertad, que jamás hubiera adquirido de otra manera; a los hombres que animan esta nueva marcha del mundo ~i gratitud y los más vivos deseos porque terminen la obra de las luces; y a todos, la historia de mis sufrimientos. La debilidad de mis órganos no me permitirá hacerla interesante ni por la belleza de imágenes, ni por la reminiscencia de lo más in– teresante; pero no creo que sea indiferente mi asunto cuando todo el mundo se conmueve contra los tiranos. En una serie de cuarenta años de opresión, cualesquiera que sean los recuerdos de mi sensi– bilidad y memoria, formarán, creo, un cuadro bien singular de la fe– rocidad española. La provincia del Cuzco, antigua capital del Imperio de los Incas, gemía desde el tiempo de la conquista bajo del yugo tan duro como impuesto por la mortandad de 14 millones de indios, y por la acción de los horrores espantosos que refiere diminutamente la historia de aquellos tiempos. Los naturales en el año de 80 se hallaban ( actual– mente están) reducidos a una esclavitud semejante y aun peor que la de los ilotas y de los mismos africanos de quienes son frecuente– mente maltratados; pagaban un tributo personal muy superior al pro– ducto de su trabajo; disminuían, para llenarlo, su alimento hasta un punto increíble; explotaban las minas llenos de hambre y miserias, y dos tercios de los que forzosamente eran destinados cada dos años, y que ascienden a 6 ó 7 mil indios, perecían víctimas de la dureza de sus ocupaciones. Sus jueces, regularmente españoles bárbaros y lle– nos de codicia, tenían la arbitrariedad que daba la distancia de la Metrópoli, la inutilidad del código español, la inmoralidad, la igno– rancia, y el deseo de hacer riquezas por las vías de la autoridad, que era el principal móvil de todas sus acciones. Todos lo.s recursos que la asociación, la mas imperfecta tiene para los oprimidos, se hallaban cerrados a los indios; reinaba una colución secreta y bien observada bajo la garantía del oro y la plata entre los magistrados de América, y la Corte Española, que no dejaba al indio más apelación que la de un sufrimiento preternatural, o las tentativas de un sacudimiento. Nunca se expresarán, sino diminutamente, los motivos que ha– cían esta disposición nacional, y que se añadían diariamente al odio tradicionalmente impreso por la usurpación y horrores de la conquis– ta. En este estado, ya muy violento, mandó Carlos III el año de 80 a un comisionado llamado Areche, con el título de Visitador, a esta-

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