La Rebelión de Túpac Amaru La Rebelión continuación

DOCUMENTOS DE LA REBELIÓN DE TÚPAC AMARU (CONTINUACIÓN) 881 blecer los estancos, áduanas, impuestos sobre ventas y etc. en todo el Perú. Estas medidas de la rapacidad española, dando un campo abierto al desarrollo de su codicia, colmaron la desesperación de los indígenas, y mi hermano se puso a la cabeza de 25 mil indios, el día 4 de octubre 1 de 1780, para dirigir este santo movimiento de insurrec– ción con que la naturaleza empieza por todas partes la regeneración de los hombres, y presagia por sus sucesos la felicidad del mundo. Pero no siempre es dado a la justicia el triunfo de su causa, y aunque peleaban los indios con valor admirable contra sus opreso– res, no teniendo el arte de matar el mayor número de hombres en el menor tiempo posible; como habían heredado de sus padres la justicia, la frugalidad, la dulzura de carácter y el amor al trabajo y a sus semejantes, su virtud y sus derechos se encontraron sin defensa; te– nían, sin duda, toda la resolución de Scévola, y toda la virtud de Só– crates, y no obstante, tan desgraciados como ellos, cayeron bajo del poder y venganza de sus enemigos, que nada dejaron por sacrificar a sus viles pasiones: mataron familias por centenares sin considera– ción a edad, ni sexo; el terror se apoderó de todos los espíritus, y aprovechando de este sentimiento, siempre envilecedor, consiguie– ron la entrega pérfida de mi hermano por un compadre suyo en el pueblo de Langui. Entonces estos tigres aguzaron sus garras y nada omitieron de feroz para hacer exquisita su presa; conducido al Cuzco con su es– posa Doña Micaela Bastidas, sus hijos Fernando e Hipólito, su cuña– do Antonio Bastidas, y otros deudos, el Visitador Areche lo mandó comparecer cargado de cadenas, y con toda fiereza y orgullo de dés– pota le pregunta por sus cómplices, a que contestando no conocerlos de vista, mandó reunir todos los vecinos decentes y se los presentó en línea para que de entre ellos señalase a quiénes conocía cómpli– ces; entonces con un noble desprecio le dice: "aquí no hay más cóm– plices, que tú y yo; tú, por opresor, 'Y yo, por Libertador, merecemos la muerte". El precio de esta contestación la sentirán las almas que saben odiar cuanto es debido a los déspotas; ella es una verdad conocida de los filósofos, porque saben bien que en un país despotizado sólo el déspota es criminal; que el hombre esclavizado se halla en un estado contra la naturaleza, y que el tirano ha hecho degenerar a ésta en su daño, convirtiendo contra él todos los seres destinados por aquélla a su mejora y engrandecimiento. Que la madre, dándole las prime– ras lecciones de la obediencia ciega, el vecino seduciéndolo con su l. P,'ue el 4 de noviembre del año 1780 (C.D.V.) .

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