La Rebelión de Túpac Amaru La Rebelión continuación
DOCUMENTOS DE LA REBELIÓN DE TÚPAC AMARU (CONTINUACIÓN) 887 do me atormentaba particularmente porque era acompañada de los recuerdos de la ferocidad española; acababa de ver la voracidad con que habían muerto a toda mi familia; se me presentaban los horro– res cometidos por esta misma raza en tiempo de la conquista, que con la religión en la boca ponían hogueras y patíbulos para sacrifi– car en períodos determinados, y en nombre de los santos, millares de víctimas: llegué a creer que la manía de devorar a los hombres era nacional; que a su causa era orgánica, y todavía esta opinión no se me .disipa; las carnicerías cometidas en Caracas por Murillo y sus oficiales españoles y las del Perú por todos los españoles que han tenido cuatro soldados, todas tienen el mismo carácter que los de la conquista, a pesar de la distancia del tiempo, de la diferencias de teatros, y de las luces del siglo: así, mi muerte y la de mi familia la creía infalible. Pero el virrey Avilés había tomado empeño por sólo mi perpé– tuo destierro contra Areche que quería mi aniquilamiento; y en rea– lidad ambos querían la misma cosa; y el virrey Avilés aparentando más humanidad verdaderamente me deseaba una muerte prolonga– da por todo el tiempo que mis órganos pudiesen resistir, considerán– dolos con lo absolutamente necesario para solo este fin. Lo admira– ble es que este designio inhumano, concebido en Lima el año de 1780 por el virrey Avilés 1 haya sido practicado constantemente en Espa– ña por los reyes, las cortes y por cuantos se han sucedido en 40 años con alguna influencia o relación conmigo. Determinado, pues, el destierro perpetuo, llegó el día de nuestra salida, que se procuró hacer con todo el aparato posible, y con la acumulación de cuanto pudiese causarnos ignomia o provocar con– tra nosotros la rabia del pueblo. Esta era una diversión más conge- .nial para nuestros opresores, y más propia para criar a un pueblo en la ferocidad. El aparato de este día se anunció con anticipación; las gentes se agolparon a las calles y balcones por donde debíamos pasar, y tal es la degradación y estupidez de la servidumbre, que to– dos mostraban celebridad por un triunfo que había estrechado más sus cadenas y prolongado su esclavitud. Salimos más de 60 desgraciados, entre quienes iban nmos desde 3 a 8 años; todos llevábamos cadenas. Nuestras lágrimas y sollozos, nuestro traje andrajoso, nuestros semblantes casi cadavéricos por el hambre y sed en que nos habían mantenido, y en que nos hallába– mos en ese mismo instante, lejos de mover la compasion, arranca– ba por todos partes las palabras de "pícaros, traidores, que la pa- l. Futuro Virrey. Este cargo lo desempeñaba Jáuregui (C.D.V.).
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