La Rebelión de Túpac Amaru La Rebelión continuación

888 DOCUMENTOS DE LA REBELIÓN DE TÚPAC AMARU {CONTINUACIÓN) guen". Así caminamos alrededor de la plaza, donde se ostentó nues– tra degradación, nuestras cadenas, y los presagios de nuestra ruina, como la obra particular del genio español y se provocó a un pueblo envilecido a hacer alarde de inhumanidad y bajeza. El humano comedimiento entr.e 6,000 almas de un solo indio ·es digno de referirse: las circunstancias en que lo ejerció y su singula– ridad dejan ver cuanto tuvo que luchar con los temores de su perse'." cución, y los miramientos de la opinón para ceder el triunfo a la ex– pansión de un sentimiento que los tiranos no pudieron sofocar. Este hombre recomendable se me acercó al dar vuelta la plaza, con todo el encarecimiento de la amistad y compasión de que esta– ba poseído, y me presentó un caballo, que me dijo, no estar prepara– do por la crueldad de mis enemigos, sino por su tierna adhesión e in– terés, y ciertamente que este servicio me libró de padecimientos de que mis compañeros no pudieron preservarse: tuvieron que empren– der una lucha con los caballos; sus cadenas pesadas, su poca destre– za para el caballo, los gritos y risas opresoras que sonaban por to– das partes, les causaba embarazos tan insuperables como funestos: cada caída de cualquiera de ellos no solamente era seguida de las contusiones del fierro de los grillos y cadenas con que estaban afli– gidos, sino también de la rabiosa increpación de los soldados que la· acompañaban cruelmente de golpes de culata y bayoneta: no era exento de este tratamiento un tío mío de 125 años, Don Bartolomé Túpac Amaru; y en todo nuestro viaje hasta Lima, en que pasamos por muchos pueblos, siempre hospedados en las cárceles y calabo– zos, y por hombres cuya profesión parecía ser afligir la humanidad, no recuerdo hayamos recibido ninguno demostración de interés, sien– do nuestras entradas en los pueblos siempre estrepitosas y capaces de mover cualquiera alma a quien no hubiese hecho degenerar el influjo del despotismo. En un lugar, alguno nos mandó aguardiente, que nuestro coman– dante conductor nos impidió tomar, y para este solo rasgo de com– pasión puedo asegurar que en cada pueblo sufrimos un suplicio, fue– ra de la conducta particular de nuestros conductores que se dispu– taban el ejercicio de la crueldad; ellos nos dejaban dos y tres días sin comer y beber; nuestras peticiones más urgentes eran contesta– das con golpes o con insultos, y llegó a tal punto su insensibilidad, o más bien su complacencia y desnaturalización en mortificarnos, que mi infeliz madre (Ventura Monjarras), tres días había pedido agua con toda ansiedad, las lágrimas y los gritos que la naturaleza agonizante sabe exhalar ; nosotros no podíamos auxiliarle sino acom-

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