La Rebelión de Túpac Amaru La Rebelión continuación

DOCUMENTOS DE LA REBELIÓN DE TÚPAC AMARU (CONTINUACIÓN) 889 pañando a este imperioso lenguaje de la naturaleza nuestros ruegos l.os más urgentes y compasibles para mover a nuestros opresores; mas éstos ¡cosa espantosa! la vieron perecer clamando: "agua, agua"; y aunque en los últimos instantes mostraron oirla, fué inútil; ella murió de sed y su pérdida obró sobre nosotros con una opresión inex– plicable; fué víctima de una insensibilidad asombrosa de parte de aquellos a quienes estaba fiada nuestra conservación. Yo no acabo de adm~rar hasta este momento cómo tantos hombres podían parti– cipar :un grado de insensibilidad tan cruel. Será cierto que los espa– ñoles son feroces por constitución de sus órganos? Todo nuestro via– je hasta Lima fué una ocasión del desenvolvimiento de la facultad particular a esta nación. EÍ viaje se concluyó a los 40 días. Esperábamos que a nuestra llegada a esta capital, donde suponíamos a las autoridades más do– tadas de razón por la eminencia misma en que se hallaban, dismi– nuyese cuando menos la acritud de nuestro trato: ¡pero, cuánto nos engañamos! Sólo variamos de verdugos y tormentos; el calabozo de nuestro alojamiento era la habitación más melancólica que se po– día construir para los hombres; ella tenía por toda comodidad una cadena atravesada, a la que fuimos atados, y sometidos al centinela con la orden de ser atravesados al mínimo movimiento; esta orden tenía una amplitud indeterminada e interpretable, como lo era, se– gún el humor e interés del centinela. ¡Cuantas veces la codicia de éste llegó a poner en prueba todo nuestro sufrimiento hasta privar– nos los movimientos más naturales para obtener de nuestra parte por su condescendencia alguna recompensa pecuniaria! El desengaño de nuestra impotencia era el término a que los conducía una serie de crueldades espantosas, y que sería difuso re– ferirlas, como no puedo omitir el hacerlo con las que por su repeti– ción diaria hicieron sobre mí una impresión muy durable. Tal es la tortura en que se ponía la moderación de cada uno al tener que ates– tiguar, o sufrir la presencia de nuestros compañeros en todas nues– tras diarias secreciones; la contracción de las tercianas cuyos acce– sos están acompañados de continuos sacudimientos, me es todavía memorable porque los sufrí con las cadenas, y en las privaciones de nuestra situación, excitando sólo la risa de nuestros guardias; mu– chos de mis compañeros murieron cerca de nosotros y entre ellos mi tío Don Bartolomé Túpac Amaru de edad de 125 años, y todos con– trajimos este mal por ningún ejercicio, por los inmundos alimentos, por el mal aire que respirábamos, y mas que todo, por las impresio– nes peores de que éramos afectados todos los momentos.

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