La Rebelión de Túpac Amaru La Rebelión continuación

890 DOCUMENTOS DE LA REBELIÓN DE TÚPAC AMARU (CONTINUACIÓN) Cinco meses estuvimos en los calabozos de Lima. A nuestra sa– lida al muelle del Callao se renovó la escena de la plaza del Cuzco; las diferentes circunstancias les suministraron a nuestros tiranos nue– vos medios de aplicar sobre nosotros la profesión de atormentarnos; yendo con grillos, la transposición al bote era impracticable por no~o­ tros mismos, y lo exigían a bayonetazos; un joven espectador que se movió de nuestro embarazo me extendió su mano y por su soco– rro pude preservarme de la repercusión de las bayonetas que llo– vían sobre mí. Mi familia y yo fuimos puestos en la fragata Peruana; mis demás compañeros en el navío San Pedro. El capitán comandante de la Pe– ruana Don José Córdoba, era de un carácter singularmente fe– roz; tenía todas las preocupaciones de su nación (era español): su– perticioso, sin moral, inhumano, codicioso, en quien el defecto de ejercicio de las dulces afecciones que se desenvuelven en el comer– cio de la sociedad, y el régimen duro del mar le habían dado el tem– ple de acritud más insufrible que puede conocerse; bajo de la auto– ridad absoluta y caprichosa de tal hombre ¿que debíamos aguardar? Todas nuestras necesidades dependían de él, y la noticia del delito que se nos imputaba le había inspirado un sentimiento de venganza, que desplegó en todo tiempo de nuestra conducción. Fuimos puestos todos en la corriente, encade~ados unos con los otros, sin más comodidad que un poncho viejo y una piel de oveja; nuestro ordinario alimento era tan escaso que siempre nos hallábamos hambrientos y en estado de tomar los huesos que echaban hacia nosotros a la hora de comer, aun cuando oíamos que lo hacían por desprecio y comparació:p a los perros; pero tal era nuestra situación que mirábamos como una comodidad el poder aún así gustar de es– te alimento. En las enfermedades consiguientes al estado de nuestra debilidad, a la insalubridad del aire que respirábamos, a la serie no interrumpida de impresiones irritantes que sufríamos, el trato era análogo; un abandono total que obrando sobre nuestro ánimo las au– mentaba; el médico, el capellán, y el comandante jamás nos dieron el mínimo socorro correspondiente a sus respectivos deberes; la mi– tad de mis compañeros pereció de escorbuto hasta el Janeiro, y dos de mis costados murieron una noche sobre mí mismo, donde perma– necieron hasta el siguiente día; todos fueron víctimas del abandono t an admirable como inhumano; hasta lo que nuestro fraternal inte– rés, que mi t ernura y circunstancias me inspiraban; la privación de este último consuelo v iolentó mi naturaleza a tal punto, que apetecí la muerte con la mej or sinceridad, y los esposos que son adictos a su

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx