La Rebelión de Túpac Amaru La Rebelión continuación

DOCUMENTOS DE LA REBELIÓN DE TÚPAC AMARU (CONTINUACIÓN) 891 compañía pueden juzgar con exactitud cuál sería mi situación en a.quelios momentos. !Qué crueldad la de nuestros opresores! Un sobrinito mío con todas las expresiones del conflicto que po– ne un cólico, no arrancó a nuestros conductores más que la risa o una indiferencia la más fría, él murió en medio de los tormentos de ese mal cuya presencia fué para nosotros un verdadero suplicio sin socorro humano. Algunos de mis compañeros excitado por el aburri– miento y violencia de nuestra situación, elevó una representación al Comandante, capaz de mover al ser más insensible; le pedía con una sumisión compasible el alivio de nuestras prisiones; la contestación fué: "se abstendrá el suplicante de toda representación, so pena de ser todos sus compañeros y él atados a los cañones". Este decreto llenó a todos de una amargura inexplicable; colmada nuestra desespera– ción al percibir que aun en España mismo no terminarían nuestros males, que se nos prohibirían representaciones, que la inhumanidad del Comandante y demás árbitros nuestros pasaría por un celo lau– dable, y que si habían en España algunos corazones capaces de irri– tarse contra sus procedimientos, los ignorarían. Nuestros tiranos, decíamos, parecen regocijarse de nues t ros ma– les, de nuestra tristeza y degradación; el poder se halla en sus ma– nos, y la razón misma de los europeos deslumbrada de la participa– ción de sus despojos encontrará motivos justificativos de est a horri– ble conducta. ¡No hay sobre la tierra quien esté de nuestra parte! ¿Los crímenes de éstos como los de los conquistadores de nuestro país, quedarán sin castigo? Sobre los patíbulos y las hogueras canta– ron éstos su triunfo, y echando un velo fúnebre sobre la humanidad llenaron la tierra de su nombre; éstos quieren imitar su crueldad, para participar su gloria. ¡En Europa se castigan pequeños crímenes, y a los grandes se · les tributa culto! Con cuanta justicia podríamos decir a cuantos la gobiernan lo que respondió un pirata a Alejandro: "Se me llama un ladrón porque no tengo sino un navfo, y a tí porque tienes una flo– ta se te llama conquistador". La Europa tiene leyes contra los ro– bos, y aplausos, gloria e inmortalidad para los invasores de América. En el código de sus Reyes hay un artículo que dice: "tú no robarás a menos que sea~ rey, obtengas un privilegio de él, o estés en Amé– rica; no asesinarás a menos que hagas perecer millares de hombres, o algún americano". Estos que nos conducen observan este artículo para hacerse un mérito, que se medirá por el número e intensidad de crímenes que cometan con nosotros. No tenemos más que la ape– lación al cielo; la inmortalidad del alma debe sernos ahora el úni– co consuelo.

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