La Rebelión de Túpac Amaru La Rebelión continuación
DOCUMENTOS DE LA REBELIÓN DE TÚPAC AMARU (CONTINUACIÓN) 893 Cuatro meses permanecimos en J aniero, al cabo de ellos sali– mos para España, que se hallaba en guerra con la Inglaterra; esta circunstancia, que nos ponía en el riesgo de ser presa de algún bu– que inglés, y adquirir así la libertad, fué la que nos trajo también por la contingencia de este bien el mal positivo e insoportable de ser amarrados al palo mayor luego que cualquiera buque era avistado, o que la fantasía del Capitán le hacía concebir algún peligro; desde que lo anunciaba, todos se hacían furiosos contra nosotros; las cen– tinelas nos mostraban a cada momento la bayoneta con que estaban prontos a traspasarnos; este era su lenguaje ; se nos presentaban pla– centeros al vernos sufrir las impresiones del agua, el calor y el frío en cuerpos casi desnudos, sedientos y hambrientos siempre, y alguna vez que quise aliviar mi sufrimiento, me costó bien caro. Un compañero me permitió tomar unas galletas que tenía a al– guna distancia de mí, haciéndome el encargo de apresurarme antes que los verdugos viniesen; nos hallábamos pronto para ser conduci– dos a la corriente, y sobre poniendome a mi debilidad, e impedi– mentos con que me embarazaban las cadenas, conseguí echar en mi gorro algunas. Entretanto el centinela había preparado las escotillas de suerte que a mi vuelta y al tomar mi asiento, caí hasta el fondo del buque y sobre las amarras, que me rompieron dos costillas; mis dolores, mis cadenas, y mi debilidad me pusieron en la agonía; con todos los actos que había presenciado y sufrido no podía aguardar alivio sino de mis compañeros, y estos Sf~ hallaban muy impedidos para satisfacer la compasión dolorosa que m is ayes debían produ– cirles; uno, sin embargo, de la comitiva, fué sensible a mi situación, para darme la mano y levantarme, el resto se rió mucho del lazo en que había caído; mis prisiones continuaron las mismas, ni el ciru- . jano ni el comandante dieron señal de quererme socorrer; toda mi medicina fué un emplasto de alquitrán. que conseguí del calafatero; lo demás lo hizo la naturaleza; yo sané, pero no fué ciertamente muy bien, pues hasta ahora soy muy sensible en aquella parte, y sufro dolores por muy pequeños motivos. Antes de concluir mi tránsito del .Janeiro a Cádiz no quiero omi– tir una circunstancia que deja ver todo el espíritu de tiranía de los que nos conducían; son bien conocidos los españoles en la adhesión que tiene al rezo, en que hacen consistir toda su religión, sin que la práctica de la moral les sea jamás de igual importancia; pues no obs– tante habiendo observado que rezábamos el rosario por una especie de consuelo, nos prohibieron lo hiciésemos. Es de advertir que es– tos españoles eran groseros, ignorantes, superticiosos, como la ma-
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