La Rebelión de Túpac Amaru La Rebelión continuación
894 DOCUMENTOS DE LA REBELIÓN DE TÚPAC AMARU {CONTINUACIÓN) yor parte de los que venían a América, y que por consiguiente para ellos el rezo tenía lugar de todo, que les era lo mismo rezador, que virtuoso, que honrado y que justo. A los diez meses y días de navegación desde nuestra salida de Lima, llegamos a Cádiz con la esperanza de encontrar el término- de nuestros padecimientos, y persuadidos que cualquiera que fuesE'. la opinión del Rey sobre nuestro supuesto crimen, lo creería expiado con cuanto habíamos sufrido (como si los reyes nacidos y criados en el lujo y .los placeres tuviesen jamas ideas de las penalidades de los demás que poder comparar y analizar). Además que no habiéndosenos hecho proceso alguno, porque constase nuestro delito, no tendría éste el grado de certidumbre que dan las pruebas, y la humanidad se dejaría oir. El 1 Q de marzo nos desembarcamos y fuí conducido con una ca– dena de más de una arroba de peso al castillo de San Sebastián; mi aniquilamiento era tal, que habiendo salido a las oraciones llegué a las dose de la noche, llevado por dos granaderos que me sos tenían de los brazos para poder caminar; se habían hecho calabozos al pro– pósito para no.sotros, donde fuimos colocados; estas habitaciones, sí podían llamarse así, lugares que reunían todos los principios des– tructivos de la vida, eran de piedra con un agujero pequeño y atra– vesado por una cruz de fierro tan ancha casi como él; el pis'O tam– bién era empedrado y húmedo, las puertas dobles; cada uno fué des– tinado al que le correspondía; (los demás compañeros lo fueron al castillo de Santa Catalina). El que me tocó por toda comodidad te– nía una tarima donde puso mi cama, compuesta como tengo dicho, de una piel de oveja y un saquito de andrajos, todo sucio y fétido. Estos eran todos los bienes con que debía pasar el resto de mis días en medio de crueles enemigos. Se apostó un centinela en la puer– ta, otro en la ventana o agujero, y otro en el techo; absolutamente se cuidó aquella noche de mi llegada de tan penosa distancia y ago– biado de cansancio, de nada para mi alimento! ¡Cuál sería mi situación al verme transportado a tan remotos climas; mi circunferencia rodeada de guardias, sin ningún conoci– miento en el pueblo, alejados de los consolantes compañeros de mis desgracias; solo, hambriento, y sintiendo en esta especie de rigor bien exquisito las primicias y el presagio del futuro el más espantoso! La consideración de la muerte de mi hermano, familia, y com– patriotas, el recuerdo de cuanto había visto en mi larga navegación y sufrido yo mismo; tantos compañeros muertos al rigor del mal tra-
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