La Rebelión de Túpac Amaru La Rebelión continuación
DOCUMENTOS DE LA REBELIÓN DE TÚPAC AMARU (CONTINUACIÓN) 895 to que recibían; todo me hacía sentir que ésto.s eran los mismos hom– bres .que habían conquistado la América, que toda aspereza con que me habían recibido era su carácter, y que no podía de parte de ellos aguardar sino todo género de tormentos. ¡Nada hay que en el mundo pueda ser tan aflictivo y que iguale a cuanto sufrí yo aquella noche! No podía soportar la idea de tener que pasar mis días en aquella mansión y entre aquellos tigres. La ·conducta ulterior correspondió a mis temores; como la codi– cia era el único resorte que movía a mis guardias y a la nación en– tera, no teniendo como satisfacerla, nada obtuve en mi favor; si al– guna vez mandaba comprar lo que me era indispensablemente ne– cesario, los guardas se tomaban el cambio como una recompensa del serviéio que me habían hecho, aun cuando la satisfacción de hacer– lo a un desgraciado fuese la paga para otros corazones. No fuí tratado de la misma manera cuando la guardia era de Suizos u otros extranjeros, éstos nos permitían tomar sol, mostraban sentimientos de compasión, y su honradez jamás se manchó en la usurpación de lo que era nuestro, prevalidos como los españoles de que nuestra debilidad era susceptible de todo. Esta idea que debía convencerlos de nuestra impotencia para fugar, no los reprimió ja– más de los cuidados más minuciosos sobre nuestras prisiones; las puertas, sus rendijas, el lecho, las paredes y sobre cuanto nos rodea– ba, siempre acompañado todo de insultos. El aspecto de un hombre que siempre mezclaba su alimento con lágrimas amargas por su inmundicia y corrupción, y en que veía más bien un principio de destrucción que de conservación jamás los mo– vió, y antes he sabido se repartían la cantidad que estaba señalada con este objeto. En tres años y tres meses que permanecí en el castillo de San Se– bastián no recuerdo un solo rasgo humano de los españoles que se sucedieron a custodiarme, y es ciertamente muy digno de atención que tantos y tan distintos hombres hubiesen sentido de la misma ma– nera contra la miseria, que naturalmente excita a la compasión; es– te fenómeno por su constancia y pluralidad debe ser recomendado a los fisiólogos; ellos solos podrán encontrar el principio tan constan– te que hay en la sensibilidad española para afectarse tan contraria– mente al resto de los hombres; parecerá entonces la demostración de mi opinión que es estar en sus órganos la verdadera causa porque se complacen tanto en los actos de matanza de hombres y tienen a ello como impelidos por una fuerza instintiva.
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