La Rebelión de Túpac Amaru La Rebelión continuación
896 DOCUMENTOS DE LA REBELIÓN DE TÚPAC AMARU (CONTINUACIÓN) Carlos III tomó al fin de este espacio de más de tres años otra determinación sobre el corto resto de los que habíamos resistido a los rigores de sus súbditos y de él: fuimos repartidos en el interior del reino y en los presidios de Orán, Alhucema, Melilla, el Peñón y Málaga; de los destinados a este último punto murieron muchos .al rigor de sus conductores. A mí me hicieron sufrir todos los presentimientos de la muer"." te en el espacio que separaba la posición que tenía de la que se ha– bía determinado tuviese; una mañana fuí sorprendido en mi prisión por la presencia de un ayudante y una comitiva numerosa de gra– naderos; me amarraron los brazos con toda la torpeza de costumbre, me colocaron al medio de esta escolta que por su número, su modo de tratarme y la opresión en que me conducían, concebí que ha– bía llegado la hora de sufrir el suplicio de mi hermano y familia; puesto en la cárcel con todos los facinerosos, se aumentaban mis sos– pechas. La muerte se me presentó entonces como infalible y la miraba como el único término a la gravedad y duración de mis males, que se habían hecho mucho mayores en esta nueva casa con el círculo de asesinos que me rodeaban, que me insultaban impunemente y que, a la idea de que tenía yo mucha plata, unían la esperanza de adqui– rir el perdón de sus crímenes con el mérito de darme muerte; yo no encontraba contra todos estos ninguna garantía; antes hallé motivos de confirmarlos en la coriélucta del alcaide que me quitó mi saco de andrajos para que no fuese (decía) presa de los ladrones de aden– tro, y en la humana protección con que me llevó cerca de sí un le– guito mejicano que se hallaba en aquel lugar, diciéndome que el ser americano yo le había inspirado el mayor interés para salvarme la vida de los golpes de asesinos que allí había. Después de 4 ó 5 días que pasé lleno de amenazas e inquietudes, me embarcaron a la isla de León, donde al rayo del sol, con una hambre y sed inaguantable, pasé una calle muy larga para ir a salir a un río; allí me vuelven a embarcar y después de muchísimas vuel– tas salimos a Santi Petri. ¿Cuánto sería mi inquietud al no ver el término de estos viajes en que jamás dejaban de tratarme con in– humanidad y haciéndome todo el mal posible? Creía que así como a mi hermano le variaron los tormentos, le sacaron la lengua, le des– cuartizaron vivo, etc., para mí tenían alguna invención más bárba– ra, o un capricho más cruel. De Santi Petri fuí conducido a Ceuta sobre la sal que llevaba de carga el buque; llegué después de cuatro días de navegación, el
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