La Rebelión de Túpac Amaru La Rebelión continuación
DOCUMENTOS DE LA REBELIÓN DE TÚPAC AMARU (CONTINUACIÓN) 897 día 1 Q de junio de 1788. Las noticias anticipadas de mi remisión reu– nieron toda la gente para conocerme; yo pasé confundido con mu– chos asesinos y ladrones que vinieron en la mrisma embarcación que yo, mas los rasgos de mi fisonomía eran muy distintos de los demás europeos y todos fijaban los ojos particularmente sobre mí, unos pa– ra mirarme como un objeto de curiosidad, otros para señalar en mi semblante los signos infalibles de una alma originalmente perversa, otros para negarme las consideraciones debidas a todo hombre, re– vivien;do la especie de no serlo yo por ser americano y privarme así de la compasión de algunos. Todos me miraban como criminal por– que me veían castigado. Si todos suponían a su rey enviado de Dios para gobernarlos, ¿cómo podrían dudar de mi delito? Déspués de este paso en que fuí muy amargado se presentaron unos verdugo.s, llamados cabo de vara, a recibirse de sus víctimas; la fiereza de sus rostros indicaba bien que su ocupación era ator– mentar a sus semejantes; uno de ellos, mostrándose m 1 ás hambrien– to de sus presas, ordenó que lo siguiéramos; el capitán del buque en que habíamos .venido le dijo no tenía que ver conmigo, y me condu– jo en su compañía a lo del Gobernador Conde de las Lomas, a quien le expresó que no era de la condición de aquellos presos con quie– nes había venido, y que impidiese todo comercio mío con ellos, y dirigiéndose al ayudante le pidió me acomodase en alguna casa par– ticular. Un platero que la casualidad ofreció, usó el comedimiento de llevarme a la suya, y el trato que me dió en ella me hizo advertir que éste había sido un modo de agradar a la autoridad que había concebido, más bien que una docilidad a un sentimiento interior que le hubiese arrancado mi situación compasible; no tuve un lugar se– ñalado donde dormir ni donde ocuparme de mi mismo; mis prime– ras necesidades eran satisfechas al antojo de mis nuevos amos; si se acordaban de mí comía, y sino me quedaba sin alimento. Un día el haber escupido en un lugar más bien que en otro del suelo, me valió tal riña de parte de la ama que pedí al ayudante me permitie– ra vivir solo; se me concedió con la condición de presentarme dos días a la semana al jefe de la plaza. En esta diferente posición encontré nuevos y mayores motivos de considerar la nulidad a que me habían reducido las medidas del gobierno. Yo ignoraba el idioma español y las costumbres de esta nación; para satisfacer mis necesidades yo sólo no me bastaba, me era preciso el comercio de los demás, y toda precaución contra el en– gaño, la mala fe y el _interés, únicos que me rodearon, siempre cu-
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