La Rebelión de Túpac Amaru La Rebelión continuación

898 DOCUMENTOS DE LA REBELIÓN DE TÚPAC AMARU (CONTINUACIÓN) biertos de amistad, el lazo más seguro para un corazón tan herido y aislado como el mío, y en el que casi todas las veces algún hom– bre vil quería partir de mi bolsa miserable. Mas nunca sentí tanto la atmósfera que respiraba como cuando todos mis conatos para tomar un~ educación de que mis circunstan– cias y aplicación me hubieran hecho capaz, excitaban el escarnio y la pifia solamente, hasta inutilizar esfuerzos que la reflexión y ex– periencia me habían hecho obrar un largo tiempo; me convencí úl– timamente era un sistema nacional y que si yo conseguía eludirlo el más pequeño indicio del cultivo de mi espíritu me acarrearía la muer– te. Desesperado de conseguir este bien, tomé la resolución más pro– pia a mi situación, cual era la de vivir solo, pues que la sociedad no me ofrecía más que opresores y amarguras; alquilé un huerto para cultivarlo por mí mismo y para que una ocupación asidua me pu– siese en la precisión de no tratar a los hombres de Europa tan inhu– manos conmigo; a este especie de huerto debo mi conservación y la experiencia ha justificado el acierto de mi medida: bien que por ella yo era más afligido del recuerdo de las calamidades por donde había pasado para llegar a este término. Sin amigos y con el corazón ulcerado, precisado a tomar de ma– nos de mis enemigos los medios de mi subsistencia en una edad en que la comodidad es necesaria y en que 8 reales de vellón apenas al– cazaban a un alimento escaso; corriendo una vida humilde bajo la infamia afecta al crimen de alzado; viéndome el ejemplo de ~scar­ miento que fijaba más la arbitrariedad de los opresores, las desgra– cias de los oprimidos, y el orgullo fiero de los más viles españoles sobre los americanos; recordando la muerte espantosa de mi herma– no (José Gabriel Túpa Amaru), de toda mi familia y de innumera– bles indios sin venganza, y el cetro de fierro en América indestruc– tible. ¿Cual debía ser la amargura de mis días con estas ideas de lágrimas y desesperación que jamás me abandonaron, y que algunas ocurrencias les hacían tomar muchas veces una vivacidad la más aflictiva? En el largo espacio de 32 años hubieron muchas; ahora sólo quie– ro recordar dos de las que me fueron más sensibles. Un día querien– do salir de mí mismo por impresiones extranjeras: fuí a ver el ejer– cicio de la tropa, a pesar de que siempre tenía a esta clase de ase– sinos por oficio un horror raro, y mucho mayor desde que fuí ins– truído de que en Europa se vendían hombres para defender a cual– quier causa, que el atractivo de las banderas cuando se colocaban para alistar hombres j amás era sino la cantidad de dinero que se ofre-

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