La Rebelión de Túpac Amaru La Rebelión continuación

DOCUMENTOS DE LA REBELIÓN DE TÚPAC AMARU (CONTINUACIÓN) 899 cía, que así los mismos hombres defendían hoy una causa y mañana la contraria, para volver otro día a defender la primera. Puede concebir cualquiera cuánta sería mi mi sorpresa y pavor cuando estando de espectador de esta gente, y colocado tras de la lí– nea que hacía a su frente la multitud entre quienes me hallaba con– fundido se avanza el comandante, me escoge de entre todo el grupo para darme con el bastón en la cabeza y dejarme atónito y sin sen– tido. .Todos los que me rodeaban quedaron llenos de asombro, y yo sin saber la causa me retiré, cuando volví en mí, confundido y opri– mido, sin tribunal a quien quejarme m1ás que el de la naturaleza, no atribuí este rasgo militar, sino que mis facciones caracterizándo– me mucho de americano habían excitado fácilmente la cólera de es– te oficial, (fenómeno muy ordinario en la sensibilidad de los órga– nos españoles al aspecto de un indio) ; pocos días después supe su muerte repentina y nada de su arrepentimiento. Me fué mucho más insoportable la presencia de un indio que preguntandome, un día que me encontró en la calle, que si era cuz– queño, a la contestación de ser yo, Túpa Amaru, lleno de furia me dijo que cómo me tenían todavía con vida, que había mucho debían haberme muerto. Yo que esperaba a mi respuesta amigable algún brote de sensibilidad de parte de un otr o indio como yo, vi con el mayor dolor un enemigo desnaturalizado en él, y muchos días se me amargaron por el recuerdo de esta vil arrogancia. Pero en el año 13 el primero de junio se me presentó Don Mar– cos Durán Martel, hombre que ha desagraviado a la naturaleza de cuanto los demás la habían injuriado en mí mismo; se ha mostrado com'O una mano tutelar destinada a salvar mis días, y hacerme gus– tar en los últimos de mi vida los encantos de la amistad. Luego que se me dió a conocer como un americano perseguido como yo de la tiranía; le ofrecí mi casa, le dí en ella la hospitalidad de un amigo, hice en él la efusión de mi corazón; todo lo hicimos co– mún como hermanos y él hizo más: viendo que a mi edad octogena– ria el cultivo de la tierra era muy oneroso, se hizo cargo de él, y úl– timamente me eximió de todo trabajo, y sólo cuidó de conservarme tranquilo y cómodo; es muy laudable todo el esmero y proligidad con que procuró obtener este objetivo, por cuya consecución tan cos– tosa como le ha sido podía prever ninguna recompensa más que la satisfacción de su corazón. La esperanza de mi libertad ya muerta, la de volver al Perú, con la pintura mas halagµeña del nacimiento, espíritu y progresos de la

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