La Rebelión de Túpac Amaru La Rebelión continuación

DOCUMENTOS DE LA REBELIÓN DE TÚPAC AMARU (CONTINUACIÓN) 901 Hasta el año 1820 lo pasamos con mi compañero en un continuo progreso de esperanza, y a proporción que se hacía el de nuestras opiniones sobre el estado de América; él ejercitando sus cuidados conservadores y singularmente prolijos hacia mi persona, alimen– tando mi espíritu de consideraciones que mis gastadas facultades no podían hacer por sí misma, y yo admirando la concurrencia de tan– tas cosas en mi favor, y particularmente la noble generosidad de un hombre. que ejercía sobre mí oficios que en el mejor hijo serían sin– gulares. En este tiempo sólo tuvo que sentir la prisión que por algu– nos días se hizo de mi fiel compañero; se hizo con tal aparato que lo temí todo; los empeños del Obispo de aquel lugar lo salvaron. El año 1820 las Cortes decretaron que todos los americanos pre– sos pór opin~ones políticas fueren puestos en libertad, se les diesen 10 reales de vellón diarios hasta ser conducidos a sus provincias en los buques del Estado y a costa de él. Todos los americanos aprove– chando esta efervescencia lograron su libertad; mi compañero re– nuncio a ella porque yo la consiguiera; me hizo solicitarla, y se me negó por el auditor Antonio García, bajo el pretexto de que yo es– taba puesto en el Consejo de Indias, y sin considerar que las Cortes habían hecho una ley superior a la autoridad del Consejo; mas aquí sólo obraba la animosidad contra los americanos. Mi compañero co– nociendo este motivo procuró eludir su influencia, me hizo solicitar trasportarme por enfermo a Algeciras para que si de allí no conse– guía mi libertad pudiese asilarme a Gibraltar de donde no me sería difícil el viaje a América. Al tiempo de conducirme ya para el muelle con todo dispuesto para embarcarme a Algeciras, concedida la licencia y nombrado por apoderado Don Francisco Irnardi para el cobro de mis sueldos, me sucede la desgracia más aflictiva que podía venirme; caigo por on– ce escalones bien elevados, me rompo un brazo y quedo con todo el cuerpo lleno de contusiones. Se puede concebir fácilmente si esperaría en este momento res– tituirme a América; en mi edad crefa muy morosa si no imposible mi sanidad; por otra parte, yo no podía exigir de mi compañero por más tiempo su asistencia con perjuicio de su partida a América, y mi corazón no podía ver que la sacrificase para mí; le dije con ins– tancia que me dejara, que tal vez una mudanza en el espíritu del gobierno no le permitiese salir de aquel presidio; y no fué esta fran– queza de mi parte sino un motivo más para conocer de la suya su sarían en Europa por quiméricos; mis males sintieron un consuelo magnanimidad, su humanidad y sentimientos tan generosos que pa-

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