La Rebelión de Túpac Amaru La Rebelión continuación
DOCUMENTOS DE LA REBELIÓN DE TÚPAC AMARU (CONTINUACIÓN) 903 Entonces también conocimos con más claridad que no podíamos cqnsegµir nuestra fuga sino por un desembolso superior a nuestra capacidad; y ésta se había empeorado por nuestra larga mansión, y porque el apoderado Francisco Irnardi, para cobrar en Ceuta, aun– que había merecido nuestra confianza por haber peleado por la cau– sa de la Independencia en Caracas, pertenecía más a su nación por sus principios que podía por aquel motivo pertenecer a nosotros y a la moral; él se negó haber recibido nada para mí; convencido por el testimonio del mismo tesorero que le dió mis pagas, y después de toda intervención de la autoridad se quedó con una que desesperé de cobrarla porque ví que lo protegía esta misma autoridad en quien el hábito de despreciar los derechos de los americanos podía más que la contradicción que hacía ver en esta conducta con los principios que prÓclamab.a. Ya no nos quedaba sino un arbitrio y era para nosotros el más violento, y del que generalmente se nos presagiaba un mal suceso, era el de hacer una representación a la superioridad; la hice por las invitaciones de mi compañero, y por el recuerdo de las promesas que había recibido de Don Agustín Argüelles estando éste preso en Ceuta conmigo, y la dirigí por el conducto del gobernador de ésta, y por el de aquel caballero. La contestación de éste fué mandarme la li– cencia de mi libertad y una carta de atención al correo inmediato. Pudimos de esta manera encaminarnos a Cádiz sin embarazos. Allí el juez de arribadas mandó el cumplimiento del decreto de las Cortes que señalaba 10 reales diarios a los americanos que tenían mis circunstancias, en su virtud se me dió la cantidad de cinco meses, y nos mandó aguardar en Algericas todos los demás socorros para nues– tra conducción a América, y se nos dijo que no pudiendo ir ningún buque nacional estaba encargado el cónsul español para proporcionar ·uno inglés. Aguardamos el cumplimiento de estas promesas todo el tiempo que bastó para persuadirnos que no :se verificarían jamás, y que el decreto de las Cortes era un acto de fervor que había pasado para dar lugar a antiguos hábitos y preocupaciones nacionales. Entonces nos quedaba todavía una dificultad bien grave en tener que pagar la conducción; su precio, cualquiera que fuese debía ser superior a nuestro bolsillo; tuvimos que resolvernos a todo, suplicamos a un caballero que nos dió noticia de un buque pronto a partir para Bue– nos Aires; nos recomendase al capitán para que nuestro pasaje fuese a un precio soportable; lo concertamos sin ninguna comodidad, sino la que yo aguardaba de la compasión que excitaba mi edad, mis tra– bajos, y mi situación.
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