Los ideólogos: Cartas americanas

72 MANUEL LORENZO DE V IDAURRE por la ley natural será salvo pero será bautizado. No sabemos el modo, por– que para ello era preciso que existiésemos al lado de aquellas personas fe– lices. Nos son desconocidos los casos temporales del centro de la Siberia. También lo deben ser los espirituales. No lo sea para Usted el creer que lo ama su capellán que su mano besa. CRITICA SOBRE VARIAS LEYES DE MOISES Noche del 21 de Junio. ¡Que haremos para amar a Dios! No hay hombre que si se le pre– gunta si le ama, que no conteste inmediatamente que lo adora con todo su corazón. Yo soy el primero que me parece que cuanto es creado sacrifi– caría en su obsequio sin reservar mi misma vida. ¿Y este amor es verda– dero? Sin duda que no. La razón se halla en el Evangelio. El santo por esencia dijo que lo santo consistía en hacer la voluntad de su padre celes– tial. ¿Y cómo sabremos cuál es la voluntad? Nos es preciso creer muchas veces a los hombres, y sin leer al ciudadano de Ginebra, sabemos que el tes– timonio de éllos es débil; son mentirosos y los más interesados en abusar de nuestra imbecilidad. Si a mí se me dijese que sujetándome a la letra del Evangelio, no de un modo grosero y material como los puritanos y los cuákeros, sino arre– glándome a la razón y a la justicia, distinguiendo los preceptos de los con– sejos, y lo simbólico de lo expresamente mandado había de ser salvo; aun– que dejase de creer muchas cosas que se hallan en el antiguo testamento, y otras que se enseñaron después de la ascensión de Jesu Cristo; yo me ten– dría por el viviente más feliz y entregaría mi alma a mi creador lleno de consuelo. Nunca he presumido fuese cierta la secta de aquellos hombres que dudaban de todo, y jamás tomaban partido aun cuando se les hiciesen las mayores demostraciones. Un estado de esa clase es peor que la muerte, y no se puede permanecer en él sin que revienten las cuerdas de nuestro cerebro, y perdamos o la vida o el juicio. Los graves no tienen tanta in– clinación al descenso, el imán al norte, el pájaro al vuelo, el joven a la po– sesión de una hermosura, como nuestro entendimiento a la verdad. Mien– tras no la halla, siente una violencia excesiva, y es de admirar que el filó– sofo cuando la busca, no se queje como el doliente que tiene un hueso fue– ra de su centro. Esta voz fiel de la divinidad, es la que solicité desde mis tiernos años, y a los diez ya formaba muchos de los argumentos que se hallarán en mis obras. Desde esos primeros tiempos leía las escrituras, y hallaba allí pun– tos no superiores a la razón, como dicen los teólogos, sino muy contrarios

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