Los ideólogos: Cartas americanas

CARTAS AMERICANAS 75 Dios lo que no conviene con su sabiduría. Puedo decirlo con algún funda– mento. Recuerdo que el Deuteronomio al Cap. 59, después de repetir los preceptos de la ley natural, dice: esas cosas las profirió el Señor, no aña– diendo nada más. Luego cuanto excede a esta ley divina no es su voluntad expresa, sino la de Moisés, o de otra persona posterior que tomó su sagra– do nombre. Continuamente sucede que en los pueblos distantes del monar– ca, los lugares tenientes a su nombre dan el valor legal a locuras y capTi– chos. Dios aunque existe en todas partes, estaba muy lejos para tener con los judíos una conversación familiar: era muy fácil atribuirle con buena o mala intención esa orden, y otras semejantes. La tenemos en el mi mo capítulo. Se presenta el caso en que se ha– lla hecho abortar a una mujer, y se dice que si la madre salva la vida, no deberá el delincuente sufrir pena ninguna, sino recompensar al arbitrio del marido, esto es lo que llama el foro, efectos civiles, o paga de la curación. Pero si muere la mujer, volverá alma por alma. SiguieTOn estas mismas hue– llas los jurisconsultos de Roma persuadidos por doctrina de los estoicos, que el feto no era animado, sino con el aire que recibía después del parto. Pos– teriormente se dividieron las opiniones filosóficas sobre el tiempo de la ani– mación. Unos la suponían a los cuarenta días, otros después. Hoy que te– nemos por la experiencia y el estudio unos conocimientos superiores, y que siempre se hallan en sumo grado en el padre de las luces, sabemos que el cuerpo queda animado en el momento mismo de la generación. Aun la iglesia que se detiene tanto en recibir las opiniones filosóficas, ya practica el bautismo en todo aborto, sin detenerse en el tiempo, ni en la figura. Ya sabemos que el alma no está, ni en el corazón, ni en el cerebro, porque no es corpórea, aunque obre principalmente por medio de algunos órganos. Ahora mi crítica. ¿Dios no era filósofo? ¡Ah! no es amante de la sabiduría porque es la sabiduría misma. La arna porque se ama a sí, o porque su gloria esencial, consiste en el conocimiento de sus perfecciones. Si determinaba que se diese alma por alma, la pena debía ser igual en el caso de morir o no morir la madre. Siempre perdía la vida una criatura racional, y así como el que mata a dos tiene el mismo suplicio que el que mata a uno, porque no tiene dos personas con qué pagar su crimen; así el gue hace perder el feto, debe sufrir igual suerte, si perece o no perece la madre. Deteniéndose algo más en la letra, concibo que la pena de muerte excede los límites de Ja proporción. Escribe Moisés: si peleasen dos varo– nes, y uno de ellos hiriese a una mujeT preñada &c. este homicidio sujetán– donos al texto, o es casual, o cuando más culpable. Según la misma ley sólo debe tener pena de muerte el que se comete por asechanza que es lo que llamamos en el foro, dolo perfecto. Para los que carecían de esta cir– cunstancia, estaban constituídas las ciudades de asilo. En el mismo capí-

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx