Los ideólogos: Cartas americanas

76 MANUEL LORENZO DE V IDAURRE tulo tenemos estas disposiciones. Y ¿cómo el legislador se contradice con tan poca reflexión? Porque es hombre el que escribe y no Dios. Es hom– bre y no sabio. En ningún pueblo culto los efectos de una riña traen con– sigo la más grave y violenta de las penas. No hay tiempo de meditar lo que se ejecuta, y así falta el grado de conocimiento que forma el verdade– ro cnmen. Por no fatigar más la atención de V. Paternidad reverenda finaliza– ré mi carta fijando la vista en la pena establecida contra el buey que mata a un hombre 0 1 a una mujer. En Atenas hubo una ley igual, y se extendía aun sobre las cosas inanimadas que por su natural pesantez causaban este mal. En una de las naciones de la Europa que ha dado muy grndes hom– bres se vieron los tribunales levantados contra los perros. No se avergüen– cen, ilustres ciudadanos, que han tenido la gloria de nacer en aquel recinto. Si es digno de elogio el que saliendo d~ la ignorancia, ilustra su espíritu, mu– cho más aplauso merece el que conoce el error y lo detesta. Ya los magis– trados tienen más augustas funciones, y no se ocupan en juzgar a los bru– tos. Tendría por un exceso manifestar lo ridículo de la ley cuando lo hi– zo con tanto pulso el filósofo de Italia. Sólo diré que si al buey se le ape– drea como homicida y sus carnes no se comen como malditas, con mayor motivo deben ser castigados el infante, el loco y mentecato. En éstos aun– que no haya una razón perfecta, siempre hay alguna superior a los irracio– nales que obran sólo por instinto, y siguen el impulso de su organización. Es en el toro natural el embestir, como en el hombre ser benéfico a sus se– mejantes, y en mí tener las más puras delicias comunicando a V. Paterni– dad reverenda. CONTESTACION A LA ANTERIOR 25 de Junio. Amigo mío: Un hombre que ha hecho un estudio serio de Montesquieu y Filan– gieri, no puede criticar como irracionales las leyes de Moisés. Sabe usted por estos dos grandes filósofos, que la legislación es proporcionada al genio de los pueblos, al clima, a las costumbres. El duro israelita necesitaba las leyes de Dracón. No puede soportarlos el jefe que los conduce: pide al Se– ñor que le quite la vida para salir de los males que le causan. Groseros, in– fieles, orgullosos, propensos a la idolatría, la vara de hierro debía domeñar– los. Bernardino de Saint Pierre explica esto, creyendo que el castigo a los niños era doctrina de Dios, únicamente con respecto a esa nación. El de– cálogo es para todas las gentes, los demás preceptos son económicos, civi-

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