Los ideólogos: Cartas americanas

CARTAS AMERICANAS 77 les y políticos de los hijos de Abraham. El legislador tuvo presentes sus propensiones, el grado de sus luces, las prácticas recibidas. El código era el mejoT para ellos, como usted lo es para mí entre las personas que más amo. SOBRE EL AYUNO Noche del Sábado, 28 de Junio. Amado Amigo: La mesa fue larga y regalada, no me pareció tan incómoda como la del primer día de pentecostés, no porque variase mi triste situación, sino porque las enfermedades del espíritu como las del cuerpo tienen sus inter– valos. Muchas pequeñas circunstancias producen unos paréntesis que aun– que cortos, son bastantes paTa aliviarnos algunos momentos. Se divierte la vista con la diversidad de los manjares, y causa un placer su colocación y armonía. No podemos negar que debemos mucho a aquella nación que al mismo tiempo que nos ha ilustrado en los conocimientos más sublimes, nos dio también reglas exactas sobre el buen gusto. Son los españoles en todo diversos, de lo que eran antes de subir al trono Felipe V. ¡Qué dichosos po– dríamos ser reinando la casa de Borbón, si nuestros monarcas no tomasen otro modelo que al héroe de la familia Enrique IV! Yo repito este nombre muchas veces con un entusiasmo extraordinario, y me hubiera creído feliz, naciendo en: su siglo, o mejor diré en el tiempo en que reinó. Este soberano ilustre interrumpió la relación de mi mesa. También en Constantinopla se come y se bebe. ¿Pero qué tiene que hacer, ni qué comparación habrá entre el regalo del cuerpo y del espíritu? ¿Y cómo pon– dremos en paralelo las satisfacciones mezquinas de un esclavo con aquellas que logra el ciudadano libre? Sea para los musulmanes el primer manjar y bebida el opio: el tiempo en que no existen es eY único en que son menos desgraciados. Ellos deben abstenerse del vino: su calor hace que fermen– ten las verdades en nuestros corazones, y que salgan a los labios: se corre grande riesgo, publicándolas en aquellos países en que sólo debe reinar una eterna simulación e hipocresía. Yo celebré a nuestro San Pedro con una botella entera de Bordeux que concluí con el amigo que se hallaba a mi lado. Antes de sentarme a la mesa había tomado dos pequeñas copas de aguardiente, y en los postres se nos sirvió con generoso moscatel. Todas las conversaciones fueron de negocios públicos. Nada hubo de desagrado, capricho o sistema, a no ser al tiempo del café una corta disputa sobre el matrimonio de la hija de un magistrado, de que hablaré en otra carta.

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