Los ideólogos: Cartas americanas

78 MANUEL LORENZO DE V IDAURRE Despedidas las visitas hice un gran paseo sobre nuestros muros en el que me divertí con los frondosos huertos, lo hermoso de las campiñas, lo se– reno del mar, y lo bien arreglado de los bajeles. Mi tristeza me parecía co– mo sepultada. Este adormecimiento llegó hasta el extremo de haber repa– rado al retiTarme en una joven que estaba a la puerta de una casa extraor– dinariamente hermosa. ¡Ah! Yo la huiré, y protesto no transitar por aquel arrabal. No admitamos en nuestro corazón aquellas pasiones que ya no podemos inspirar. Es preciso morir al amor, cuando ya él no puede vivi– ficamos. Dejemos a nuestros hijos la posesión de estos preciosos bienes. Pasó la primavera y el verano; seamos contenidos en el otoño, para que no nos veamos en el invierno sujetos a la mofa, a la burla, a los celos y al es– cándalo. Se desfigura de mí la bella imagen de la joven en el momento que me retiro a mí tebaida. Me pongo a meditar sobre los sucesos del día, y me ocurren diversas ideas. Recuerdo que casi todos los individuos hicieron escrúpulo de tomar un poco de bizcocho antes de cubrir la mesa. A estos cristianísimos los vi después devorar treinta platos entre agrios y dulces, y beber de cuatro cla– ses diferentes de vinos. Por cierto que ninguno quebrantó el precepto de la iglesia, si después hasta la colación no intermedio otra cosa que el café. ¿Y habrá precepto más inútil, ni ridículo, si se cumple de ese modo? Esto es propiamente pagar el diezmo del anís y del comino, y tragarse la hacien– da de la viuda y del huérfano. Esta es una religión de pura ceremonia y aparato muy contrario al Evangelio; pero es el culto patrio, es preciso res– petarlo, haciendo estas observaciones y otras en secreto, para mejorar nues– tra moral, sin que se turbe la conciencia pública. Desde mis primeros años se me enseñó que en cumpliendo los veinte Y uno, era obligado a ayunar, y que pecaría mortalmente, si no lo practi– caba. Deseo morir en esta creencia porque con ella nada pierdo. Los ayu– nos los hallo entre los fieles y los gentiles: se sujetan a esta práctica los ju– díos y musulmanes que creen en Dios como nosotros. Esto mismo era de rito o de costumbre entre aquellos pueblos que adoraban a Jupiter y a Ve– nus. Clemente Alejandrino refiere los ayunos a los. . . Los CaJoyeses eran en esto tan rigurosos que no comían en siete días si creemos muchas rela– ciones de autores fidedignos. ¿Para qué he de variar de sistema? No lo pienso. Lo que diré a us– ted solo es un entretenimiento de mi soledad, y un;a distracción de mis ma– les. Dire así como quien escribe un discurso: mis convidados, ni ayunaron, m pecaron. Vamos con la historia del ayuno. Sabe usted muy bien que pasaron varios siglos sin que hubiese un decreto formal de la iglesia sobre esta materia. Sabe usted también que el principio del ayuno sólo fue obligatorio de dos días: esto es aquellos en que se contemplaba sepultado a J esu Cristo. Están los teólogos y canonistas

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