Los ideólogos: Cartas americanas

CARTAS AMERICANAS 79 unammes en que ésta fue la primitiva disciplina, según refiere TeTtuliano. El usa de esta cláusula, "así lo observaron los apóstoles no imponiendo nin– gún otro yugo". Los demás ayunos eran de puro arbitrio, que es lo que hoy llamamos devoción. Para este ayuno de los dos días, fue el fundamen– to la respuesta de J esu Cristo cuando se le increpa por qué no ayunaban sus discípulos. "Vendrán días en que se separe de ellos el esposo, y enton– ces ayunarán en esos días". Estas son las palabras mismas que escribe San Mateo. De aquí el examen. ¿Si las palabras de J esu Cristo forman un ver– dadero precepto? ¿Si en caso de ser un precepto, la iglesia tiene facultad de aumentarlo, variarlo o disminuirlo? En el Evangelio, obra de un hombre Dios, es admirable la moral y la claridad de ella. Una enseñanza oscura, sólo es propia del que no se ha– ya persuadido de su mismo sistema, y pretende alucinar y engañar a otros. Nuestra religión tiene por fundamento la justicia más exacta, y el Señor qui– so que tanto en sus labios como en los de los apóstoles fuese la luz que alumbrase el mundo. No había de dejar a la interpretación voluntaria de los hombres en los posteriores siglos su doctrina. He dicho en otra carta, que los preceptos del decálogo los ilustró altamente este soberano maestro. Nada de lo que debía practicarse lo deja dudoso. No matarás, no verás la mujer ajena, perdonarás las injurias, beneficiarás a tus enemigos. Aun en los consejos se explicó de un modo que fácilmente se conociese su voluntad. Si te dan una bofetada presenta tu otra mejilla: si te quieren quitar la ca– pa da también la túnica. ¿Hay alguna de estas expresiones sobre el ayuno? Ayunarán, no quiere decir serán obligados a ayunar. Me admira cuando medito en el Evangelio que se haya hecho del ayu– no un precepto general, y extendido en todo el año; y qua sobre la oración no haya mandato ninguno. Esta práctica sublime, y sin la cual en mi con– cepto es casi imposible tener una vida arreglada, se ordenó expresamente por nuestro Salvador, y se ordenó como propio medio de evitar los pecados. Velad y orad, no entréis en tentación: el espíritu está pronto, la carne en– ferma. Todos los santos de la ley antigua y de la nueva han subido al pa– raíso por esta escala. Un profeta antiguo atribuía la corrupción universal al olvido de tan piadoso ejercicio. David se levantaba de su lecho a medi– tar en las verdades eternas. Los mahometanos conservan en su Alcorán la oración como un sacrificio el más digno al verdadedo Dios. ¿Y por qué la iglesia forma precepto de una penitencia común a los gentiles, y que no tie– ne en su favor una disposición terminante del maestro, y nada previene so– bre un culto que es el mismo de los ángeles? Me era muy fácil con el celestial código manifestar otras muchas pa– labras de nuestro Redentor, que aun contenidas en la doctrina no se han te– nido por precepto. Tal es sobre la usura, el dar a mutuo, sin esperar al-

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