Los ideólogos: Cartas americanas

CARTAS AMERICANAS 81. mos y Gregorios, de los cuarenta días, quedan exceptuados los sábados y domingos. En algunos países se fijaron treinta y seis días, y un padre dice que eran tres semanas continuas antes de la pascua. En ninguno de los antiguos concilios hay un número fijo de días, y aunque el de Nicea habla del ayuno, es de un modo referente que nada tiene de preceptivo. Previene que se celebren los sínodos anuales, uno antes de la cuaresma, y otro en el otoño. No decJara la obligación del ayuno en esos cuarenta días ni su forma. O no hay catolicismo o los mandatos para los fieles han de ser igua– les. Si ayunaban unos, dos días, pecaban en todos los demás habiendo pre– cepto. Lo que para unos era una culpa, para otros no podía ser un acto in– diferente. Si todos los políticos están convenidos en lo perjudiciales que son los privilegios de unos pueblos respecto de otros en una misma monar– quía, ¡cómo en el gobierno eclesiástico se admitirá esta diferencia, que pro– piamente hablando, es una verdadera injusticia! Es más fácil confesar que el precepto es nuevo; y en este caso ya veremos algo de sus fines, de la autoridad que se tiene para constituirlo, y de] reato que nos resulta en que– brantarlo. Yo tengo el ayuno por compañero inseparable de la oración. No pue– den ser virtuosos aquellos hombres que según el sentir de San Pablo tienen por Dios a su vientre. Los filósofos justos han sido siempre sumamente moderados en el alimento: un glotón, un ebrio, es sensual, hablador, incon– secuente, incapaz de grandes acciones. Los capitanes ilustres a diferencia de los viles emperadores fueron siempre frugales. ¡Qué diferencia entre el alimento de un Scipión, y de un Heliogábalo! esta máxima dictada por la Ta– zón, se eleva por el Evangelio. Cristo ayunó y a su ejemplo debemos ayu– nar para ser castos, humildes sin bajeza, y sobre todo misericordiosos. Es– ta es la doctrina de los padres más grandes de la iglesia. No conmutes, de– cía San Agustín, los placeres. Orígenes asegura fue esta la santa costum– bre en el primer siglo. El ahorro del ayuno era para. mantener a la viuda, al necesitado, al huérfano. Si no se ejecuta así, decía León Máximo, no es el ayuno una medicina del alma. ¿Y de este divino objeto que es lo que ha quedado después que se ha recibido el ayuno como uno de los cinco preceptos de la iglesia? Nada: el examen de conciencia es, sobre si se ayunó o no se ayunó: sobre si hubo notable exceso en la cena, o si se limitó a las ocho o siete onzas, pero nada sobre el fin del ayuno. Infelices de nosotros, si nuestra justicia no supera la de los fariseos. También ellos ayunaban, pero sus ayunos, y sus sacri– ficios eran, como escribe un profeta, aborrecibles y detestados por el Señor. J esu Cristo quiso que ayunásemos, pero tan en secreto, que no se manifesta– se en nuestros semblantes que habíamos ayunado. Quería que orásemos, pero en lo interior de nuestros aposentos. Nada abominaba tanto que la hipocresía. No le agradaba ninguna mortificación pública. Esto mismo

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