Los ideólogos: Cartas americanas

CARTAS AMERICANAS 83 que nos conduzca a la muerte. Si fuese posible que dispusiésemos de nues– tra salvación, nunca podríamos prodigalizar la de nuestros descendientes. Este negocio es sumamente personal, y no se puede absolver por unos re– presentantes, que carecían de nuestros poderes. Al que con el propio materialismo que corren las aguas de un río en su antiguo cauce no sigue las ideas buenas o malas de sus mayores, le ha de parecer risible que San Francisco, San Benito, Santo Domingo, San Agus– tÍn, San Fermín, cada uno por sí declarase pecados mortales nuevos en sus reglas, y que surtan todo su efecto, sin más requisito que la aprobación de uno de aquellos pontífices cuyas estragadas vidas no sólo se han dibujado por el elocuente Voltaire, sino por otras muchas plumas imparciales. ¿Y quiénes se sujetan a estos nuevos preceptos, cuyo quebrantamiento ha de castigarse con penas eternas? Unos niños de diez y seis años. Si las almas fuesen corporales, ya no habría sitio en los infiernos. Según la multiplica– ción de pecados la salvación es muy difícil. Obedezcamos a nuestros pas– tores, pero estemos firmemente persuadidos que no hay otras culpas que merezcan la fueTte indignación de Dios, que las contenidas en el decálogo, y publicadas de nuevo por nuestro Señor J esu Cristo. Hasta aquí lo que ha escrito está reducido al primer punto de mi muy dilatada carta en que me propuse manifestar que mis convidados no habían pecado con mi convite. Paso ahora ligeramente a exponer las razo– nes que tengo para persuadirme que tampoco ayunaron. Pueden estas nue– vas ideas dar mayor fuerza a las anteriores. En la tercera parte del libro de Hermás, que parece ser la instrucci6n moral recibida de un ángel, hablando del ayuno, le dice: es preciso comen– zaT por guardar los mandamientos de Dios. Si después quieres añadir al– guna buena obra como ayuno voluntario, recibirás una mejor recompensa. Esto conviene con lo que decía el abad Tomás a Casiano en su conversa– ción familiar: el ayuno es una cosa indiferente. El día que ayunares toma– rás únicamente pan y agua, y lo que habías de gastar en tu mantenimiento, según la costumbre, lo aplicarás a la viuda, al huérfano, al necesitado. Es bien notorio el tiempo que se tenía para la pequeña refacción en memoria de aquella en que murió J esu Cristo y la de su sepultura. Se ob– servaba esto con tanta religiosidad, que conducido Fructuoso al anfiteatro para sufrir el martirio, le ofrecían un brebaje para fortalecerse, el que rehu– sa por no ser hora de romper el ayuno. Donde se nota, que por entonces había la opinión del quebrantamiento por las bebidas. Los baños mismos eran entredichos en aquellos países en que según la situación, cuasi no se puede vivir sin ellos. En la comida no se prohibía tan solo toda especie de carnes, y lacticinios del vino y otra especie de licores, pero aun de los fru– tos vinoleosos o de mucho suco, según explican Tertuliano y Orígenes; lo que fue un mandato común como consta del concilio Toledano VIII, y del Trulano.

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