Los ideólogos: Cartas americanas

CARTAS AMERICANAS 87 las Teglas de diversos monasterios, con un tono que parece los ridiculiza. ¿Se conoció en esos hombres ilustres el vicio, el odio a sus semejantes, el deseo de gTandeza y elevación? Si las virtudes fueron a toda prueba ¿có– mo no los veneraremos? Los pontíficies y los sacerdotes particulares en sus casos no obran co– mo hombres. Son unos comisionados a quienes se les confieTe la autoridad. El padre la dio al hijo con la facultad de sustituirla, para cumplir los pla– nes que desde ab eterno formó su sabiduría y su bondad. Era fácil con el común de los teólogos usar de los textos que ya son de cátedra, pero para un filósofo pueden mucho más los convencimientos. Todos los preceptos eclesiásticos tienen su origen en los divinos. Ellos se refieren a los dos pTincipales, amar a Dios sobre todas las cosas, y a tu prójimo como a sí mismo. Determina la iglesia, que se ayune. No hace sino declarar que el que no le ejecuta no ama a Dios como conviene. Por consiguiente que quebranta el primer precepto del decálogo. El hom– bre está obligado a arreglar todas sus acciones proporcionalmente a la san– tidad de Dios. Si no mortificamos en algún modo nuestra carne, si dejamos a rienda suelta nuestros apetitos, a cada momento nos separaremos de esa norma divina. La iglesia explica los medios de acomodarse a ella y de cum– plir el gran mandato. En el decálogo también se contiene honrar a los padres. Esta voz honrar no debe tenerse como vacía de sentido, o propia de un ceremonial umcamente exterioT. Honrar es obedecer; así lo entendieron aun los gen– tiles. ¡Cuánto nos refiere para vergüenza nuestra la historia de Grecia y de Roma! En el nombre de padres se han entendido los ancianos, como era recibido entre los lacedemonienses e israelitas. El gentilismo compren– dió a sus sacerdotes. ¿Negaremos nosotros la obediencia a los nuestros? Peca también contra ese mandato el que desprecia lo que la iglesia deter– mina. Aquí el pecado sin salir del decálogo, y por unos raciocinios sólidos que no pueden llamarse sofismas. Los contenidos en las reglas particulares de los fundadores son refe– rentes al primer pTecepto del decálogo. ¿Quién ignora lo sagrado de una promesa, y la obligación de cumplirla? Ofende a la Deidad el que la bur– la. Su crimen crece según la naturaleza de la estipulación. Es admitido el contrato, y no puede quedaT impune el quebrantamiento. En materias espirituales los castigos son reservados para la otra vida: una recompensa o un castigo. El Señor conceda a usted tales virtudes que logre el premio eterno que es el que le desea su capellán y amigo que su mano besa.

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