Los ideólogos: Cartas americanas

88 MANUEL LORENZO DE V IDAURRE SOBRE EL INSTINTO DE LOS ANIMALES Lunes 4. Amigo mío: Hace muchos días que he querido comunicar a usted la noticia de un prodigio que casi diariamente pasa por mis ojos. Sabe usted el carác– ter infernal de la Condesa de. . . su sensible y virtuoso marido ama sobre manera un perro. La Mesalina por traerlo incomodado en lo pequeño y en lo grande, maltrataba al animal, más digno que ella de los halagos de su es– poso. Estos castigos por lo común se ejecutan en la ausencia de su señor. Para huir el bruto de los caprichos de la loca, se sale de la casa tras el con– de, y espera su vuelta en la frontera donde vive la hermana de su amo, la honrada y humana Doña . . . ¿Es este raciocinio? ¿Es instinto? ¿Es un acto puramente maquinal? Ved aquí un objeto digno de la investigación de un filósofo. He leído los sistemas de peripatéticos, epicúreos y cartesianos sobre el alma de los brutos. ¿Quiere Usted que le diga, con la franqueza que for– ma mi carácter, lo que siento de ellos? Son errores sostenidos con el len– guaje filosófico. Argumentos que se deducen de premisas no probadas, y que quieren respetemos como evidentes. Es ya llegado el tiempo en que el hombre en su gabinete no adoTe como dioses a otros hombres, ni dé más asenso a lo que dicen, que en aquello en que queda convencida su razón. Todos tratamos de examinar la verdad. Respetamos los trabajos que en su solicitud impendían nuestros mayores. Pero sin degradar su mérito, procu– remos siempre rectificar las ideas por nosotros mismos. Fueron los peripatéticos los más venerados. Esta filosofía semejante a un árbol muy viejo y extendido por toda la tierra, fue necesario que ca– yese para que se pudieran repartir las nuevas luces que salían de Francia, Alemania, Inglaterra y Suecia. Cuatro hombres ilustres rompen y queman las podridas y enmarañadas ramas que no dejaban daT un paso sobre los verdaderos conocimientos. Debemos confesar, que algún tiempo antes otros genios felices habían emprendido tomar el hacha para abrir el camino; Es preciso hacerles el elogio. Las querellas que se suscitaron, el ruido que prin– cipió a esparcirse sobre la debilidad del ídolo, animó a los que posteriormen– te nacieron. Duplican éstos sus fuerzas, y logran destronizar al déspota de las universidades. Tan cieTto es que nos han rodeado los tiranos por to– das partes.. No pudieron tener las primeras operaciones aquella perfección que les ha dado, y aún tiene que darles el tiempo. Así es que si los peripatéti– cos creían el alma de los brutos material, pero no materia extraída de ésta, e increada; si los epicúTeos no la distinguían de la materia; los cartesianos

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