Los ideólogos: Cartas americanas

CARTAS AMERICANAS 89 hacen autómatas a los irracionales, y movidos por órganos mecamcos como la estatua que saludó a Augusto. A primera vista descubrimos el error en estas opiniones. Lo que a mí me admira es que la más peligrosa a nues– tro dogma, fuera la de los doctores y padres de la iglesia: que los ortodoxos no descubriesen en ella ningún riesgo: que se trate de herejes a los filóso– fos nuevos, y sospechosos de impiedad y materialismo. No pretendo formar el elogio de Descartes. El maestro de la elo– cuencia de nuestro siglo agotó en su panegírico las gracias y bellezas. Su física es un cuadro de la más fértil imaginación. El y Montesquieu se pa– recen mucho. La fertilidad del genio les franquea razones aun cuando sue– ñan y deliran. Dar voluntad a una máquina, y elección en fuerza de un acto exterior que ni directa ni indirectamente le toca, sólo sería creíble cuando se llegase a formar por el hombre un autómata semejante. Noso– tros somos capaces de todos los descubrimientos, podemos preparar la ma– teria para que se anime en un insecto, pero no formar una alma. Esta es la obra mayor de un Dios y el signo visible de su poder. Esta criatura que conoce, elige, desprecia, se eleva, se abate, asiste a lo presente, vuela a lo distante, no tiene límites en su extensión, no puede ser material ni tiene la menor relación con la materia. Material sería según peripatéticos y epi– cúreos, y también sería material siguiendo los viajes cartesianos. Según aquéllos, anima el cuerpo, esto es, la materia otra materia. Según éste, la materia obra por sí sola. Decir que la materia se dirige por los resortes que dispuso en ella la naturaleza, es un error. Se ejercitan en los brutos conmúnmente las tres potencias. Enciérrese un perro en veinte leguas de distancia de la casa de su amo: Désele allí perfectamente de comer y beber; como el tome la puer– ta, huye: no se equivoca en los caminos, los distingue, llega a la población, no toca en ninguna casa, y espera a la puerta de la de su amo,. si se halla cerrada. Aquí la memoria, el entendimiento y la voluntad. Esto que se llama por Séneca y otros muchos instinto, no es para mí, sino un discerni– miento desigual al del hombre, pero dimanado de un principio que es el alma. Los Órganos del cerebro tendrán alguna variación, y esto hace que no raciocinen perfectamente. Algún autor se atrevió a decir que era la fal– ta de educación, y yo he presenciado tan grandes portentos que aunque no me avance a igualarlos con el hombre, jamás seré del dictamen de los que los confunden con el imán o los fósforos. En Montevideo no hace muchos años que hubo un perro ladrón. Si no me equivoco en las fechas, fue en el gobierno de Elio. El asechaba las tiendas de los comerciantes, y sus pequeños descuidos: se aprovechaba de estos momentos para robar las talegas que podía conducir en el hocico, y las llevaba con ligereza al bribón de su amo. Casi era un Cartusio: tal vez este no hubiese sido tan diestro. Era el bruto un perfecto espartano, y hubiera merecido los elogios de Ja república.

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