Los ideólogos: Cartas americanas

CARTAS AMERICANAS 91 peto a los inmaculados en el cielo. Compadezco a los inicuos en las oscu– ras salas de Plutón y ProseTpina a no ser a los tiranos, pues a estos no se extiende mi sensibilidad. Dejo las trasmigraciones para las almas que han de purgarse. ¿No es esta opinión más consolante, y aun más filosófica? Menos repugna a la razón de un pensador una alma racional en mi caballo priva– do de la plenitud de su ejercicio, que una alma material, o una alma espi– ritual mortal. Lo primero lo vemos muchas veces por diferentes enferme– dades que constituyen a los hombres en perfectos brutos, y aun en una cla– se inferior a ellos. Lo segundo atribuye al sabio una obra contradictoria, inmoral por esencia, y que muere no obstante con el cuerpo. Me burlo d{' las distinciones que hacen los aristotélicos para apaTen– tar respuestas a dificultades que no son superables. Ellos distinguen el al– ma en vegetal, sensitiva y racional. La primera la conceden a las plantas, la segunda al bruto, hacen la última privativa del hombre. En esto yerran; la vegetación es propia de todos los seres creados. La sensibilidad no es el único atributo de los brutos. ¿Cómo se desentienden de la parte superior de esta alma que ellos llaman instinto, y yo razón imperfecta? En los ve– getales todo es corpóreo, en los irracionales esa guía de sus operaciones no puede serlo. Esta sustancia que recuerda, ama y odia, no puede seT mate– rial. Si no lo es no hallo por qué en ellos sea mortal, y en nosotros eterna. Leí en La Filosofía de la Naturaleza el diálogo entre el hombre marino, el albino y el filósofo. Los primeros discursos hacen distinguir muy poco al pez de este africano, último en la clase de la naturnleza humana. Newton para manifestar la diferencia, les pregunta sobre la idea que tienen de un Dios. El nacido en las aguas es del todo ignorante. El albino descubre un conoc1m1ento aunque grosero. Esta prueba para mí no tiene ningún valor. Infinitos pueblos según los viajeros no tienen palabra que explique el su– premo Ser. Respeto la sabidUTía de Filangieri, pero no soy de sentir que la debilidad produzca, en todos, la persuasión de un ser poderoso, árbitro y soberano. Convendré que en la mayor parte del globo tiene lugar su ob– servación, pero sería ir contra la evidencia negar las excepciones. Quiero que no sean pueblos enteros a quienes sea desconocido un autor universal, y replico, los locos, mentecatos y otros mucho~ que vemos en el seno de la sociedad con nuestra figura y locución, ¿saben que hay un Creador? No por cierto. ¿Y dejan por eso de numeraTse entre los racionales, y de tener una alma inmortal? Quién dijera lo contrario sufriría la anatema de los padres y los concilios: deduzco de allí que falla la prueba que eligió New– ton: que ser la razón imperfecta, no la hace material: que su esencia no varía, y sí únicamente los ÓTganos por donde se descubre. Dije a usted que mi pensamiento no era opuesto a la verdadera mo... ral. Si nos persuadimos que ésta no consiste en otra cosa que en dirigir nuestras acciones de modo que todas ellas sean favorables a la: humanidad,

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