Los ideólogos: Cartas americanas

98 MANUEL LORENZO DE VIDAURRE tos que celebramos en nuestra separación? Yo vivo ... Religión santa, tu únicamente me mantienes. Cuando me resolví a no ser amante, retuve el título de amigo. Pu– rifiqué mis afectos para hacer más duradera mi pasión. No me contenta– ba con amaTte en la tierra, quería que mi amor se perpetuase en el empí– reo. Me abstenía de gozar para gozar siempre. Avaro de amor, no me atrevía a gastarlo, por no perderlo. El fuego mismo en que ardía abrazó todo lo impuro, dejando una casta llama en la amistad sincera que no de– saprueba el Evangelio. Si quieres que ésta permanezca, olvidaré mis que– jas. Proporciona con prudencia y con talento, modo de que nos veamos al– gunas veces. Así recobraré el gusto y la salud, y podré decir que tengo en la tierra el mayor de los bienes. Si no lo haces, no aumentes con tus cartas los tormentos. Consagraré mis tristes días a la pena, a la angustia y al el olor. OBSERVACIONES SOBRE EL GOBIERNO DE INGLATERRA Entre las noticias de Inglaterra por la Jamaica se avisa que hubo un tumulto en Londres. El príncipe regente fue insultado, y libertó la vida por la agilidad de sus caballos. Le tiraron diversos tiros, y mancharon su carroza con materias inmundas. Se pusiernn las tropas sobre las armas, Y el palacio estuvo sostenido por cañones. Se dice que el hambre y el atra– so del comercio tiene al pueblo en desesperación. He oído hablar aun a los literatos con asombro sobre el suceso. Se figuran que éstas son cosas nunca oídas, y que está muy próximo el juicio final. Todavía la ilustración no tiene aquel grado, que yo apeteciera para mis compatriotas. Ignoran la historia de los pueblos, y sin ella no pueden dar un paso seguro en los negocios políticos. Lo que hoy tanto les admi– ra es lo que hicieron con Jorge III y la reina en mil setecientos noventa y seis, al salir del teatro de Drury Lane. Los insultó el populacho, les que– bró los vidTios de la carroza a pedradas, y les tiró con lodo. Este suceso tan reciente se ha ignorado, pues no pudo olvidarse tan pronto. Lo creo: en ese año no se cuenta que llegase a la América, ni el ruido de acaecimien– tos contrarios a la divinidad de los reyes. No debíamos saber que eran hombres, y podían ser batidos por otros de igual naturaleza. ¿Pero no su– pimos poco antes la muerte de Luis XVI? Es verdad. Este suceso no fue posible el ocultarlo. Por lo menos no se consentía hablar sobre esas mate– rias, ni tratar de los franceses, sino como de unos sacrílegos deicidas. Han sido los ingleses los más celosos defensores de su libertad. De~ cía por eso; GuilleTmo III, que él era statouderat en Londres y rey en las

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx