Los ideólogos: Cartas americanas

CARTAS AMERICANAS 99 Provincias Unidas. Esta pasión los violentó a los mayores atentados con– tra sus monarcas, y en pocas partes han habido tantos soberanos persegui– dos de sus vasallos, y que tengan que vagar por la Europa. Si Carlos I des– pués que fue vendido poT los escoceses recibe la muerte en un patíbulo, a J acobo II nada le aprovechó haber vencido al duque de Momniont. Se declara poT el partido del papa, ataca las libertades religiosas y civiles; pe– ro es preso, destronado por su yerno, y viene a morir en Francia. No es po– sible en una carta comprender la historia de estos isleños. Ella está cubier– ta de la sangre que se llama sagrada. Tan cierto es que desde los tiem– pos hernicos han sido sujetos a la muerte, a la astucia, y a la mayor fuerza los hijos mismos de los dioses. No siendo este pequeño motín, un fenómeno de aquellos desconoci– dos, él no debe admirar. Será sí, una doctrina a los príncipes para que go– biernen con equidad y con justicia. Hacía mucho tiempo que yo temía esta irrupción. Desde el momento en que me impuse por los papeles públi– cos de la Europa, que en el año de mil ochocientos quince los impuestos habían subido al setenta y cinco por ciento, aun sobre los frutos de los fon– dos rústicos y urbanos, temí un inmediato rompimiento. Los comunes ha– bían Tecibido las instrucciones más serias. Poco les importaba a los ingleses las conquistas de Tipo Zaib, el dominio universal en los establecimientos asiáticos, y las nuevas adquisiciones en la América, si ellos morían de ham– bre, y no tenían con qué llenar sus primeras necesidades. ¿Se disputa entre Montesquieu y sus críticos si el objeto de la guerra es la paz o la conquista? Yo digo que estas disputas provienen de falta de principios, sobre los fi– nes que unieron a los hombres en sociedad. Toda guerra por la que no res– tauremos la tranquilidad, y quedemos en abundancia, nada tiene de pro– vechosa. Hacen muchos siglos que se está alucinando a los ingleses bajo la apa– riencia de libertad, siendo así que es el pueblo más esclavo de la Europa, y sus monarcas los más déspotas. Me alegro infinito de esta ocasión para de– sengañar a mis conciudadanos de muchos errores en que se hallan sobre ese gobierno. Mis ideas se hallan extendidas en otra obra, pero lo voluminoso de ella hará que no se lea por todos con la facilidad de las cartas. La división de poderes es una quimera. El rey todo lo manda y lo dispone. Detiene, interrumpe, dilata las juntas según sus intereses. Es ár– bitro de las cámaras. La de los comunes, sólo es del pueblo en el nombre. En ella se hallan personas que dependen del rey, lo mismo que en el primer banco. Nada solicita el soberano que no se le conceda. El que todo lo puede allí, se ríe de cuatro caricaturas, único desahogo en la opresión. El sistema criminal es el único aneglado. En compensación seis millones de hombres laboriosos no pueden mantenerse de carnes y muy rara vez gus– tan el vino. La cerveza es el único refrigerante. ¿Ve usted cuánto se llora

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