Los ideólogos: Cartas americanas

100 MANUEL LORENZO DE VIDAURRE en esta capital, la escasez de víveres hoy día? Pues nuestro estado sería feliz en cualquier condado de Inglaterra. Treinta mil bajeles tienen en el mar, por todas partes giran sus mer– cancías. Con facilidad bloquean los puertos de las demás naciones: ha– blan con orgullo y tono de superioridad a los soberanos: amenazan con in– trepidez a los tres emperadores. ¿Y su estado interior cuál es? El de unos fallidos que necesitan ocurrir a fantasías y sueños para cubrir el crédito na– cional. Pensaban buscar en la Africa la tierra del oro; es decir ir a matar y robar a unos hombres que jamás los ofendieron, y que en la desesperación venderían a buen precio su tranquilidad y propiedades. Su grandeza la he tenido siempre por quimérica y he creído que la carta persiana de aquel ar– bitrista que quería se le entregase el oro sellado para dar en compensativo cueros llenos de viento, se escribió por los ingleses. Increíble fue el aumen– to de la deuda nacional desde el año de mil setecientos setenta y cinco a aquél en que concluye la guerra con la América del Norte. ¿Pues quién creerá que según las relaciones dados por M. P. A. se dobló esta deuda del año de setecientos noventa y tres al de noventa y nueve? Según M. Gentz pagaba de interés cuatrocientos cincuenta mil, doscientos ochenta y ocho cuentos, quinientos setenta y seis mil ciento veinte cuentos doscientos cua– renta mil. De un nuevo empréstito, ocho cuentos quinientos setenta y cua– tro mil trescientos veinte y ocho por los billetes del Exchequer. Hoy suben a una suma espantosa. La caja de amortización lejos de servir a su objeto, se ha aplicado a otros destinos, y aun se ha hipotecado a diversos créditos. Todas las rentas que tiene no alcanzan para sus gastos ordinarios y extra– ordinarios. He formado por mayor mis cálculos teniendo presentes las obras de Pradt y su extracto de M. Fonvialle. Así es que crecen los empe– ños continuamente y en razón inversa de ellos se hallan el comercio y la agricultura. Para nuestro norte y mediodía emigran las familias a millares, y el resultado ha de ser la destrucción total después de una terrible anarquía. Esta es la consecuencia de una política aparente. Una nación peque– ña y poco poblada, debe sujetarse entre sus límites, y no pensar en guerras ni en colonias. Si al carácteT industrioso del inglés, a su constante aplica– ción al trabajo, a su genio pensador hubiera auxiliado al gobierno, sin com– prometerse en negocios que no Je importaban, o que podía contar sin un costoso rompimiento; su grandeza sería duradera, y no se indinaría del to– do la balanza de la Europa hacia la Rusia, como por necesidad va a suce– der. La falsa gloria ha sido la enfermedad que ha muerto los imperios. Es– ta es la dolencia habitual de la Inglaterra, y tan cierto es, que le causará la muerte, como que usted merece mi mayor afocto y estimación.

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