Los ideólogos: Cartas americanas

CARTAS AMERICANAS 101 LIBERTAD DE IMPRENTA Día 19 de Agosto. M. Vilkes escribía en Londres contra el gobierno, la corte y el prín– cipe. Sus escritos en otra nación hubieran causado en el momento su rui– na. En la misma esclavitud la Inglaterra ha querido mantener la ilusi6n de la libertad. Aunque no sea allí, sino un fantasma, consuela. Son aque– llos sueños agradables que logramos muchas veces rodeados de tormentos. Las falsas imágenes que nos recrean en esos instantes, en que rehacemos nuestras fuerzas, reparan nuestro cuerpo, y curan los órganos por donde nos comunicamos con el espíritu. Yo quiero, si no soy feliz despierto, por lo menos serlo en un delirio. Es un engaño, pero un engaño que separa por algunas horas de mi corazón el inmenso peso que le oprime. No es una in· vención que me ocurre. Los reyes más inicuos fueron los que protegfan los circos y los teatros. Los placeres que se gozan en las repTesentaciones de hechos antiguos y fabulosos no son para mí distintos de los sueños. ¡Mise– rable humanidad! Nuestros caprichos nos han hecho tan desgraciados, que ya es satisfactoria la dicha en apariencia. Mientras el hombre tiene libre la facultad de pensar, no puede decir que ha tocado el grado último de seTvidumbre. Cuando se le niega este residuo de su alta jerarquía, es preciso que renuncie eternamente a su dig– nidad o que proceda en desesperado. Nada altera tanto a los crueles como las voces que publican su tiranía. Practican la injusticia, se acostumbran a ella, pero en su interior conocen la enormidad, y quisieran ocultarla has– ta de los mismos que sufren sus atentados. Ven que no es el camino de la seguridad ni de la gloria. Llenos de vicios, los domina la ambición en me– dio de las mayores bajezas. Se encienan en la voluptuosidad: beben la sangre como brutos feroces e inmundos, y al mismo tiempo desean que se les adore como dioses, y que se les aplauda como virtuosos. El hombre es bue– no por natuTaleza. Apruebo este sentimiento del ciudadano de Ginebra. Respeta la virtud el más criminal. Siente los efectos de la compasión el sanguinario. Quisiera ser clemente el que jamás perdona. Estos han sido los contrastes de infinitos soberanos, y es la causa de impedirse la libertad de las imprentas. En todo el imperio otomano es muy prohibido imprimir libros. Esta ley, dirá Montesquieu, dimana del principio que hace obrar en ese gobierno. El hombre que piensa, que habla y que escribe, es un monstruo ene– migo del estado. Los defensores de Ja justicia deben ser víctimas en un gobierno que la desconoce. No se atreven los déspotas como decía Rousseau en la última de las cartas de la montaña, a combatir abiertamente al bien público. Esto les traería una revolución o la pérdida del mando. Persiguen

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