Los ideólogos: Cartas americanas

PROLOGO Manuel Lorenzo de Vidaurre exhibe una vitalidad desbordante en sus Cartas Americanas. Logra visos tan originales como insinuantes en la presentación de sus actos, observaciones, juicios y deseos, sugiriendo o definiendo los caracteres de su personalidad en forma muy sincera y expre– siva; e igualmente aporta relaciones testimoniales, opiniones más o menos apasionadas en torno a los acontecimientos que en algún modo lo afectaron, y sápidos conceptos sobre personajes o problemas coyunturales de su tiem– po; de modo que su lectura da la impresión de un film. Mueve figuras de gesta y de anécdota, cuya tácita convivencia forma una callada teoría de testigos; y de ella emergen algunos a su debido turno, para dominar la es– cena como protagonistas o para alternar en una turbulencia fáctica o dia– léctica. Y justamente a la manera de un film moderno, sus temas y los planos temporales que los afectan, no presentan una secuencia ordenada: pues, aunque la sucesión de las "cartas'' parece ajustarse a la cronología de su composición, es notorio que se refieren a sucesos de muy diversa je– rarquía, que imponen la evocación de sus ~ntecedentes y concitan muy ver– sátiles relaciones. Su lectura induce a plantear una interrogación fundamental, sobre la génesis de las Cartas Americanas, a saber: ¿fueron compiladas, seleccio– nadas y editadas, al cabo de los años, porque el autor las estimó como un valioso testimonio sobre los acontecimientos que le había tocado vivir o co– nocer; o desde el momento de escribirlas tuvo el propósito de darlas a la publicidad, para reclamar la atención y la estimación de sus contemporá– neos? Lo primero obliga a reconocer en esas "cartas" la sinceridad propia de las comunicaciones íntimas, escritas "en el secreto de .,[su] gabinete" y con el único "designio de distraeT[se] de las penas que abatían [su] espí– ritu y destrozaban [su] corazón"; y lo segundo, a suponer que su redacción estuvo sujeta a estudio y premeditación, a fin de que el tono y la inten– ción se adecuaran a la proyección deseada, pues así lo sugiere su declarada costumbre de divulgarlas entre sus amigos. Pero también es posible que Manuel Lorenzo de Vidaurre apelara a la epistolografía para desahogar una necesidad psicológica, pues su vida privada y su inquietud civil excita– ron su pensamiento bullente y condicionaron un soliloquio tan activo y fe– cundo que pugnaba por hacerse escuchar. Expresaba el ansia de afirma-

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