Los ideólogos: Cartas americanas

CARTAS AMERICANAS 105 puede obligarnos. Nosotros mismos no somos dueños ni de nuestros afec– tos, ni de nuestra creencia. ¿Qué haré yo para amaT lo que no amo? ¿Có– mo creeré lo que mi corazón resiste que crea? No pinta Racine los contrastes de Tito obligado a separarse de Be– renice con aquella energía que sin ocurrir al metro se hubiera explicado el sensible príncipe; era preciso que el poeta se hallase en igual caso para copiar la naturaleza. No consentía la ley de Roma que casasen sus sobe– ranos con extranjeras. El senado que le avisa de la ley, le abre el campo para violarla, diciendo que ella está sujeta a su voz. ¡Quebrnntar la ley Tito era esparcir por todo el orbe la, idea de un tirano! Se diferencia éste de un monarca legítimo en que no reconoce otra regla que su voluntad. ¿Quién obedecerá gustoso a un mandato si sabe que obliga únicamente al débil? Si los soberanos no reconocen ley, no forman paTte de la sociedad: se contemplarán como opresores, y no como jefes destinados al bien común. Llore el emperador a sus solas, pero respete unas disposiciones que está obligado a sostener. No podemos negar: el matrimonio en el estado civil, no puede ser igual a la alianza de dos personas de diferentes sexos que viven en los mon– tes. Mas moderemos las leyes naturales sin destruirlas. Combinemos el or– den del gobierno con la utilidad privada. Háganse algunos sacrificios tan pequeños que apenas se conozcan. Sean en estos contratos más los precep– tos negativos que los afirmat~vos, y estos racionales, pues de otro modo no pueden tener el carácter de leyes. Entre los indios por quienes las castas se respetan tanto, ¿cómo habrá permiso para mezclaTse sin reserva? En las monarquías en que los nobles forman un cuerpo entre la plebe y el rey, ¿cómo un villano casará con la hija de un grande? Se deben prohibir cier– tos matrimonios, así como se prohibe diversa especie de contratos, y se pri– va de la Jibertad en los actos que parecen más indiferentes. En ciertos paí– ses no es permitida la extracción de las lanas y ganados. En otros no se consiente que salgan las sedas, a no ser labradas. La caza y pesca se sus– penden por algunos meses. Cuando se piensa que la libertad del hombre es limitada, es cuando obra con aquella misma que conduce a su verdadern y permanente bien. Conciliando la ley natural con las civiles y los principios fundamenta– les del gobierno, se inventó cierta especie de matrimonios políticos. Tenemos el ejemplo en Roma en sus diferentes clases, logrando únicamente la prime– ra las prerrogativas que se conceden a la más ilustre. De estas sutilezas pudo haber tenido oTigen el que titulan de mano izquierda los alemanes. Estos grandes señores sólo creen que pueden sucederlos los hijos que tienen en princesas de igual rango. Parecen preocupaciones vergonzosas, y son sistemas sabios, sin los cuales se precipitaTía la constitución de esa potencia. Tenga el matrimono leyes, y los padres autoridad para dirigir las inclinaciones de sus hijos. ¿Es esto tan justo como lo es el sic v allo, sic

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