Los ideólogos: Cartas americanas

CARTAS AMERICANAS 109 El valor, diré la locura del rey D. Sebastián de Portugal, y con posteriori– dad de Carlos XII, puede servir de lección para arreglar esta especie de empresas. Cuando se habló al principio de la expedición de Chile, decía públi– camente que se infoTme antes su excelencia del partido que tiene el rey en aquellos lugares; debe procurar noticias no de hombres lampiños de barbas, y conocimientos, sino de pers<;>nas de carácter y sensatas. Si los pueblos están decididos por la independencia, es muy aventurado el éxito de nues– tras armas. Si la acción no se logra, quedan los patriotas más orgullosos y enriquecidos con nuestro mismo armamento. Es menester un ejército que imponga, desde el instante en que haga su desembarque. Así podrá seguirse una gloria aparente, no segura, porque aunque la capital y todos los pueblos se rindiesen, estarían bajo el yugo, mientras lograban la oca– sión de romperlo. Estas reflexiones quedaban en los amistosos círculos. ¿Para qué se han de pedir consejos a los que no saben lisonjear las pasio– nes de los grandes? Si estos pensamientos me hacían criticar entonces la expedición, hoy son mayores las razones que tengo para temerla. Saliendo la escuadra en octubre llega cuando está abierta la cordillera, y se pueden recibir de Bue– nos Aires auxilios para comenzaT Ja campaña y para rehacerse en el caso que los primeros encuentros no sean favorables. Tienen los chilenos a sus aliados en el mismo continente, y a nosotros nos divide el mar y estamos expuestos a todos los accidentes de una navegación. Contemplo que a la hora de ésta, deben tener noticias de cuanto aquí se dispone contra ellos. Los buques ingleses y anglo-americanos los ins– truirán de todo sin la menor duda. La independencia de las Américas es– pañolas es sostenida por los ingleses poT motivos y ventajas de comercio, por los americanos del norte por su propia seguridad. Conocedores pues de nuestros intentos se ha de prevenir y fortalecer. Un reino de seis cien– tos mil habitantes no se subyuga con cuatro mil hombres si los patricios no los ayudan y Teciben. Ya no hay Alejandros, ni los defensores de la pa– tria son los persas que se combatían asimismo con el lujo, el número, y atenciones a las familias que conducían en sus ejércitos. Son soldados he– chos a la campaña, y acostumbrados a una especie de juegos cuasi iguales a los que tenía la Grecia para aumentar las fuerzas y activaT el valor. Yo los he visto por placer batirse cuasi como dos gladiadores en los circos de Roma. Las promesas de peTdón, las proclamas, atrayéndolos a nuestra cau– sa, nada influirán. Ellos han visto burlada por los presidentes la palabra de nuestro augusto y humano monarca. Los indultos han sido en el nom– bre: o no se han ejecutado, o en caso de ejecutarse se han buscado pretex– tos para nuevos procesos. Las primeras personas apenas tuvieron unos mo– mentos de libertad, y pasaron a sufrir de nuevo y con mayor tormento las

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