Los ideólogos: Cartas americanas

110 l\1ANUEL LORENZO DE VIDAURRE confiscaciones y expatriación. ¿Qué no temerán los reincidentes? ¿Entre morir en un patíbulo, o cuando menos en Juan Fernández, y defender con esperanza de la vida su patria, albedrío y propiedades, tendrían que du– dar? Juzgo que todos serán héroes. Hay diferencia muy grave entre el militar que defiende sus derechos, y el mercenario las más veces forzado, que se presenta a las balas por un miserable prest. El uno combate por su felicidad, el otro por las glorias de un individuo que no ama ni conoce, que le impone leyes rigorosas y severas, y lo tiene constituido en perpetua pobreza y miseria. Cotéjense los campos cultivados por los mismos due– ños, y los que trabaja el desgraciado siervo. Los unos producen un cén– tuplo más que los otros. Los gobernadoTes se engañan por un error no disculpable. Ellos no quieTen persuadirse que los hombres y los pueblos en todas partes y en to– dos tiempos han tenido unos mismos afectos. No es tan antigua la guerra de los alemanes en los Países Bajos. Las provincias sujetas al imperio, se revolucionan, se obstinan con los castigos, fuerzan a sus opresores, los des– trozan, ganan las ciudades, y hubieran concluido su independencia, si el gran Leopoldo no hubiera subido al trono y empezado a batirlos con el más alto exceso de amor y humanidad. ¡Príncipe ilustre, tú naciste para ser rey, es decir pastor de un gran rebaño! Después que Montesquieu señaló los medios de sostenerse en las conquistas, sólo fracasará el que no se avenga con unas leyes que dicta la religión, y la naturaleza. ¿Se quiere que el país conquistado no se rebele? Hágasele feliz como usted hace con su amable comunicación al amigo que su mano besa. SOBRE UN PASEO Jueves 11. Que ilusión, dice, amigo mío, BernaTdino de San Pedro, es ésta que hace la razón humana tan apta para las artes y las ciencias, y tan limitada en los medios de adquirir la verdadera dicha. Todos los trabajos que han impendido los hombres en los más dificultosos descubrimientos parece que tuvieron por fin nuestra felicidad. La navegación, la escritura, el estudio de nuestra máquina interior, la circulación de la sangre, las venas lácteas, la figura de la tierra, la mensura de los grados de longitud, la política, la división de poderes, la atracción, la moral en su verdadero origen, la reli– gión pura, son canales por donde debían pasar caudalosos ríos de sanidad, de abundancia, de seguridad y de viTtud. Lejos de esto el mortal enemigo de si mismo corrompe los frutos que produjeron sus luces. El filósofo en– golfado en la mecánica se hace materialista y con dos fuerzas contrarias

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx