Los ideólogos: Cartas americanas

CARTAS AMERICANAS 111 juzga 0 que el acaso pudo formar el globo y aun los seres racionales, o que la materia con el movimiento era poderosa parn hacerlo todo. Especula el médico con vanidad ridícula, fija los ojos en los libros, y los separa de la naturaleza. Hace la brújula que los bajeles corran por el ecuador, y to– quen el uno y otro polo. No se ejecutan estos largos viajes con el fin de trocar las producciones paTticulares de Jos diversos climas, recibir el bien y concedeTlo. Animan la ambición y la codicia las penosas peregrinaciones. No se siente lo que se padece como se oprima la inocencia bajo el peso de la miseria y servidumbre. Se gloria el político de hallar medios para sos– tener la tiranía. Enseña doctrinas para halagaT la estupidez de los prínci– pes. La más corta limitación en su grandeza la rotulan sacrílega rapiña. Quiere que los pueblos sean débiles, para que no se subleven, y no reflexio– na que lo serán de igual modo para defender los derechos del monarca. Al meditaT sobre los efectos de las artes y las ciencias, muchas ve– ces estuve por decidirme por la opinión de Juan J acobo Rousseau. Creí al hombre virtuoso por naturaleza, perverso por los estímulos de la sociedad. Jamás me ocupó con mayor fuerza este pensamiento que después que leí la vista fiscal que acompaño. Empeñados mis calumniadores en mi aniquila– miento civil y político, me llaman traidor, maldiciente, sedicioso. Sócrates es acusado de ateísmo, siendo el único que tenía en Atenas la verdadera piedad. Mi decisión por el monarca toca al grado de locura. Desnudo mi familia por concurrir con gruesos donativos. Expuse mi vida en una asam– blea tumultuaria, chocando la opinión de independencia, que defendían con furor muchos hombres que hoy veo premiados. En estos mismos momen– tos aunque no recibo de la corte la más pequeña satisfacción, estoy contri– buyendo voluntario con setecientos ochenta y cuatro pesos fuertes anuales. Todo se conoce, se palpa mi justicia y mi inocencia; pero por separarme del camino común de los gobiernos que es la prostitución, la venalidad, el des– potismo desenfrenado, se me da el nombre de díscolo, violento, presuntuo– so. Díscolo soy, porque no puedo ni quiero tener paz con los malos: vio– lento, porque soy sanguíneo colérico, cuasi en equilibrio, y mi sistema or– gánico me precipita algunas veces. Jesu Cristo no tuvo paciencia, y tomó el azote contra los que profanan el templo de su padre. Confieso que soy presuntuoso, si se me da este título por. la confianza con que hablo en mis papeles. Lo repito: es fácil salvar las Américas, extirpados los empleados viciosos que desesperan estos desgraciados reinos. Hablo mal de unas au– toridades que abusan de la confianza de nuestro justo rey. Soy sedicioso contra sus crímenes, no contra el juramento que tengo hecho de lealtad. Con todo protesto callar eternamente, y no advertir al gobierno de España de sus precipicios. ¡Desgraciada época en que no se quíeren oír las verdades! No hay un estado más lastimoso que el del enfermo que se contenta con su situación, y ve con desprecio los antídotos. Atenas Y Ro– ma se hallaron en ese caso cuando se aproximaba su ruina. Francia en

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