Los ideólogos: Cartas americanas

CARTAS AMERICANAS 117 belleza. ¿En qué estado hubiera quedado enterrada? Por cierto que los políticos del día se asemejan a los charlatanes de que habla Montesquieu. Para tratar con propiedad materias de Estado, se necesitan muchos cono– cimientos, y los físicos no son inútiles. Los tiTanos temblaron siempre de las armas. ¡Infelices ignorantes! ¿Para matar a un hombre, se necesitan instrumentos de guerra? Un solo abrazo por un campesino robusto, es bastante para quitar la vida a un Na– poleón, a un Alejandro o a un César. Si los americanos fueran enemigos de los europeos, no necesitaban de esos recursos para extinguirlos a todos en un minuto. Acometerlos indefensos, siendo su número. tan corto, basta– ba para hacerlos expirar. ¡Ingratos! No los odiamos aún cuando nos de– sacreditan, nos insultan, nos provocan con sus gesticulaciones y sus mo– dos. Sean buenos con nosotros, que jamás nosotros hemos sido, ni sere– mos malos para con ellos. ¿Cuáles son las tropas que sostienen esta par– te de la monarquía? ¿Cuatro hombres que apenas vienen, cuando la muer– te los arrebata de nuestro suelo? Los ejércitos del rey son compuestos de americanos. ¿Y los que tienen las armas a su disposición necesitarán para proteger la independencia, enterrarlas por largo tiempo? Este es un deli– rio. Pueden pasarse en columnas formadas a los estandartes contrarios: pueden apoderarse del gobierno como lo han hecho en diversos lugares, y recientemente en el Cuzco: pueden dar la ley siempre que quieran, a sus opTesores. Para ello no necesitan sino reunir sus voluntades. Toca al gra– do de locura armarlos contra sus hermanos, y después desconfiar de ellos. O lo primero es imprudencia, o lo segundo es temeridad. Yo recuerdo que los emperadores tenían sus cohortes compradas con la sangre de los pue– blos, pero también recuerdo que estas cohortes eran las que los asesinaban y destronaban. No son los americanos tan bárbaros como los ilotas que después de acompañar a sus señores en la guerra, se dejen matar conduci– dos al templo con engaños. Ha propagado mucho la ilustración. Y a ape– nas hay veneno que no tenga su contra ponzoña. La razón dicta igualar– se perfectamente con los que se necesitan, no desabrir sus ánimos, y tratar– los con franqueza y generosidad. Esto hicieron los romanos con las pro– vincias conquistadas, llenándolas de más privilegios que los que tenían los mismos ciudadanos. Rodrigo, último rey de los godos desarmó la España. ~Qué resul– tó? Perdió la vida y la corona. Cuatro españoles quedaron sin armas, pe– ro llenos de valor, honor y religión. (Es menester hacer justicia a nues– tros abuelos). Sin ellas o con las pocas que salvaron fueron expeliendo a los moros armados en número excesivo, y sostenidos por grandes cuerpos que continuamente pasaban del Africa. ¡Que diferente es nuestro estado! En América no es posible desarmar los pueblos. Las costas abiertas hacen que se reciban aTmas de ingleses y anglo-americanos como materias de co-

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