Los ideólogos: Cartas americanas

118 11ANUEL LORENZO DE VIDAURRE merc10. Hay infinitas entre particulares que jamás las entregarán. Los espa– ñoles mismos nos las han vendido. ¿Por qué al tiempo del contrato, no advirtieron que enajenaban unos instrumentos que habían de emplearse contra ellos mismos? Soy de sentir que no se deben jamás temer los lentos preparntivos de una revolución a que han de concurrir muchos. Citaría infinitos ejem– plos, y entre ellos el que trae el Abad de San Real de la conjuración de Ve– necia sostenida por el embajador de España. Con un solo muelle que fal– te, la máquina revienta. Epaminondas y cuatro hombres restauran a Te– bas: por un núm ro muy corto son arrojados los Tarquinos. Las disposi– ciones si es posible deben ser de un solo hombre; con el pueblo no debe con– tarse sino para los actos posteriores. Todo consiste en examinar si el que gobierna es amado o aborrecido. Felipe V después de la guerra de la su– cesión se paseaba en Sevilla sin guardias. Su hijo Carlos III no se creía seguro en su palacio con ellas. Ambos pudieron ser buenos, políticos, pe– netrados de sus virtudes y sus vicios. Es increíble lo que ha perdido la causa del rey con esta maldita y sostenida novedad. Lima que no ha conspirado al más pequeño movi– miento, y que se sostuvo de un modo prodigioso, carcomidos los cimientos y las bases de la América; siente sobre manera que se le infame, y teme con justicia que ésta sea una intriga común para aumentar su opresión. Del resentimiento a la venganza solo hay un paso. Está rodeada de malos es– píritus: el hambre la tiene descontenta; la continua expatriación de sus hi– jos la aflige; las pensiones ordinarias y extraordinarias la agobian. ¿No será posible que haga lo que también han hecho otros reinos de la misma península? Los enemigos de S. M. que se hallan esparcidos de sur a norte, del septentrión al medio día, que no fueron detenidos sino por este inamovible Coloso, ¿no se animarán sabiendo que tienen entre la capital por lo menos mil gentes resueltas a seguir su mismo sistema? Quien haya leído la polí– tica de Maquiavelo sabrá sin duda, que lo primero que se trata de comprar o adquirir para el trastorno de un gobierno, es una parte de aquel mismo pueblo que quiere combatir. Se logra envolver al tirano con fuerzas exte– riores e interiores, y su caída es evidente. No se han hecho de otro modo las rápidas conquistas antiguas, ni las nuevas. Un rey de Macedonia se de– cía vencedor de toda plaza donde pudiese introducir un mulo cargado de oro. Sin ese metal cartagineses y porteños se harán en Lima de secuaces, si la política fomenta novedades falsas que debía castigar e impedir en sus pnnc1p1os.

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