Los ideólogos: Cartas americanas

CARTAS AMERICANAS 119 CONTINUACION DE LA MISMA MATERIA Día 17. Mi carta había quedado sin concluir, y ya tengo proporción de agre– gar esta post data. Un silencio igual al que se observaba entre los persas, sobre las personas encerradas en el castillo del olvido, sobreviene a la des– medida locuacidad. Se me dice que el jefe se insinúa para que no se tra– te más de esta materia. Ya es tarde: el mal está causado. No se si aprobará usted mi concepto. Aturdidas las personas que concurren al palacio con los partes reiteTados de nuestras desgracias, inven– taron la anécdota de los fusiles para distraer al pueblo con el objeto de una conversación diversa. Después han reflexionado sobre las resultas y el efecto ha sido un vergonzoso arrepentimiento. Las enfermedades que la inconsideTación causa en el estado, son mucho más difíciles de curarse que ]as físicas. A un hombre se le puede observar su temperamento: sólo por milagro aprovechará la medicina aplicada a veinte mil. ¿No era más fácil, más prudente y más justo quitar los derechos que gravan el trigo para mitigar en alguna parte el hambTe del pueblo? Esta es una determinación que gravaba al erario en bien poco, y que ocu– paba de modo al vecindario que faltarían lenguas para elogiar al benefac– tor. Poco les interesarían los sucesos en seiscientas leguas de distancia, cuando al repartir a la familia el pan, tenían tres veces al día por lo me– nos, motivos de alabar el paternal amor del gobierno. Este era el modo como se sujetaban los tumultos en Roma, y como se adquiría el corazón de los ciudadanos. Lo que hay es que por desgracia rodean a los príncipes, o lisonjeros sin principios, o enemigos declarados de estos países. Esta es una verdad, como también lo es que tiene usted en mí su más fiel amigo y seguro seTvidor que su mano besa. SOBRE QUE UN PUEBLO CORROMPIDO NO SERA VENCEDOR Lunes. Como somos cristianos, amiga mía, y por consiguiente nietos de la sinagoga, a todos nos interesan los libros sagrados. Se hizo por muchos años la mayor injuria a cuasi todos los católicos, imposibilitando su lectu– ra por los idiomas muertos en que se hallaban escritos. Habían los sabios de creer a Moisés; las mujeres y los que carecían de luces a los que se ha-

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