Los ideólogos: Cartas americanas

PRÓLOGO XIII presentación de valores físicos y sociales del país. De modo que Manuel Lorenzo de Vidaurre pudo sopesar los antecedentes y las vastas posibilida– des de la forma epistolar, cuando decidió adoptarla para comunicar al pú– blico sus experiencias y observaciones, los juicios que pudieran atañerles, e inclusive algunas íntimas confidencias. A mayor abundamiento, recordamos que las primeras publicaciones del jurista limeño fueron dos .cartas, dadas a la prensa en 1809. Las des– tinó a declarar su l 1 ealtad a la corona española, y a exhibir su generoso aporte al donativo efectuado para repeler la usurpación napoleónica. Y co– sechó ecos tan halagadores y auspiciosos como jamás disfrutara hasta en– tonces, no obstante ejercer la defensa forense con elocuencia y acierto re– conocidos. Comprometido tal' vez por el favor de las reacciones amistosas, y alentadó por las exigencias que a todos planteaba la crisis de la monar– quía, e] cortesano asumió la repres,entación de las espectativas y los sen– timientos generales. Formuló su famoso Plan del PerÍf,; en sucesivos ma– nifiestos expuso y reclamó los derechos que el absolutismo peninsular nega– ra a los peruanos; dirigió a los poderosos algunos memoriales presagiosos y cartas imprecatorias; y, elevado a la magistratura, emitió votos de concien~ cia para amparar las buenas causas y los justos títulos. Prodigó discursos con pasión y lucidez. Escribió incesantemente: para señalar los canales que la ley franqueaba al razonable ordenamiento de la situación, y para ofrecer su concurso personal a los trabajos que requería la armonización de los conflictos sociales. A través de los años siguió er curso de la historia, y a un mismo tiempo reflejó en sus comentarios fa huella de sus lecturas y la construcción de sí mismo. Principalmente sus Cartas Americanas son, por eso, una fuente documental de valor insoslayable. Vistas en cuanto concierne a su estructura genérica, se les puede reconocer la influencia de aquellas que hemos recordado; pero ello no em– pece a su originalidad, ni equivale a regatear la fluidez que les confiere su vitalidad. Y en lo pertinente a su contenido, profundo a la par que cohe– rente, ágil, vibrante y sincero, puede ser equiparado con los preclaros tes– timonios de otros hombres, que en sus revelaciones personales trazaron sín– tesis de las épocas en las cuales vivieron. No es aventurado asociarlas al ejemplo que a la literatura universal dejaron las Confesiones de San Agus-. tín; pues, si bien carecen de la macicez doctrinaria que en éstas se ha elo– giado, no puede ignorarse que el racionalismo y el liberalismo profesados por Manuel Lorenzo de Vidaurre condicionan una actitud igualmente fe– cunda; y, aunque el jurista limeño no amoldó sus actos al propósito de en– mienda que siguió el Obispo de Hipona, uno y otro denotan evidente se– mejanza en cuanto refieren las experiencias de su vida como debilidades y contingencias propias de la naturaleza humana. Aún menos aventurado es suponer que a las Cartas Americanas se les pudo asignar un destino se-

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