Los ideólogos: Cartas americanas

CARTAS AMERICANAS 123 principio, la justicia de las imposiciones sobre los efectos de primera nece– sidad. Para pagarlos es preciso se cercene la cantidad del alimento. Si yo necesito una libra de carne para nutrirme, y tengo dos reales que es su precio para comprarla, logro una verdadera felicidad natural. Si por los impuestos el valor sube, y la renta es la misma, no puedo proporcionarla, y siento el hambTe. Examinando Maquiavelo las causas del odio que te– nía el pueblo de Roma a Camilo señala entre ellas,. que para cumplir el voto que había hecho a Apolo del diezmo del botín, fue indispensable qui– tar a los soldados una parte de lo que ya se habían apropiado. El pobre a cada momento de necesidad recuerda el agravio que se le hace. Estos momentos son continuos, y de ellos nace un odio implacable contra los opresores. Se engañó el infame Bodin creyendo que imposiciones de esta especie libertaban al que manda de la murmuración de los Ticos únicamen– te temible. Para ellos importa bien poco el precio del pan y de la carne. El peso se hace sensible sobre los miserables y desgraciados. ¡Pero qué error! ¿No hicieron la revolución de Francia los sans-culottes?. Entre las costumbres más loables de los pueblos, ninguna iguala a la de aquellas ciudades confederadas que tenían una arca pública en que los ciudadanos arrojaban voluntariamente la cantidad que podían, cuando se trataba de un gasto justo extraordinario. Siempre se recogía con exce– so al objeto que se proponía el gobierno. Eran dos las razones: primera, la persuasión de la pública utilidad que resultaba inmediatamente en la particular. Segunda, el conocimiento del haber, que a nínguno le puede ser más cierto que al mismo contribuyente. Me valgo de los cálculos que se hacen sobre capitales en una junta de comercio. Muchas veces se ten– drá por muy rico al que está bien cerca de declarar una bancarrota. Estimulemos a los ciudadanos por aquellos medios que tocan en el centro del corazón. Píntense con sencillez y verdad los males que amena– zan. Sean todos sabedores de los fines a que se aplican los caudales que se acopian. Véanse numerados entre los contribuyentes todos aquellos que reciben grandes rentas del estado. Preséntese la perspectiva de las conse– cuencias, sin aumento ni disminución, en el caso de postergarse el negocio de que se trata. Si después de estos actos, aún no han concurrido generosos a proteger al gobierno, use éste de la fuerza. Pero sea, no contra los pobres dificultándoles el aire que Tespiran, sí en razón de las facultades. Quede libre el alimento, y no se inquiete el sueño del hombre virtuoso, temblando al pensar que no es seguro el lecho en que reposa, y en el que se formaron muchos ciudadanos que algún día serán útiles a la patria. Conversando en días pasados con D ... sobre la voz que corría de que el consulado publicaba su quiebra; entre los muchos desatinos con que quiso manifestar la imposibilidad de ese su suceso, era uno de ellos la fa– cultad que tenía la junta de mercaderes de imponer nuevos derechos. Es– te individuo el más hablador que conocí jamás, y al mismo tiempo el más

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