Los ideólogos: Cartas americanas

124 lvlANUEL LORENZO DE VIDAURRE ignorante, charlaba así. Cualquiera que sea la necesidad se suple por un nuevo derecho. Con esta lógica de mostrador, los efectos mercantiles, y de abasto podían ser gravados con un mil por ciento, y sufrir diez veces más de pensiones que el valor intrínseco que tenían. Para él los resultados eran ningunos. Contempla el pueblo una gran masa de piedra reconcentrada en la tierra e inamovible; que sufre sobre sí todo el peso que se le quiere poner. ¡Suma desgracia de nuestras Américas! Estos paisanos groseros sin educación ni principios son los que deciden de nuestra suerte. Las contribuciones tienen un cierto punto del que no pueden subir sin el trastorno del Estado y del mismo comercio. En el momento en que se hace difícil y pesada la subsistencia se aborrece la sociedad. Los hom– bres libres por su constitución se reunieron para conseguir seguridad, tran– quilidad y abundancia. Por estos bienes sacrificawn una parte de su apre– ciable independencia. Para mantener sus propiedades, dan una parte de ellas que son los tributos. Si lo que se contribuyese es más que lo que que– da, el fin de la sociedad se trastorna. Falta la abundancia, y aun ,falta lo que es más, la conservación. Se disminuye la vida cuando no nos alimen– tamos con proporción a nuestras fuerzas, y cuando trabajamos para ali– mentarnos con exceso a ellas. En situación tan sensible el pueblo no pro– duce Horacios ni Curacios. Murmuraron los israelitas del gobierno de Dios en el acto que comenzó a faltarles el alimento. Tan cierto es como piensa Montesquieu, que el conservarse es la primera ley de la naturaleza. Si en buena política el que gobierna debe abstenerse de constituir el pueblo en esa angustia, el comercio se arruinará en breve tiempo. Do– blados los impuestos disminuyen las rentas. En la ciudad se contemplan tres especies de gentes: unas a las que aun falta lo necesario, otras que tie– nen lo preciso, y una pequeña que goza rentas superiores a sus necesidades. Con los nuevos gravámenes, las primeras quedan en absoluta imposibilidad de comprar: las segundas lo harán dificilmente; y las terceras se reducen a la clase de las segundas tomando únicamente aquellas especies de que no pueden prescindir. Constituido el comercio en un continuo flujo y reflujo de ventas y compras, unas cuantas oscilaciones que falten, producen en lo mercantil el mismo efecto que en el cuerpo humano la interrupción del sís– tole y diástole. ¿Y una monarquía sin comercio que fin tendrá? El efecto de las riquezas en un país, dice Montesquieu, es poner la ambición en el corazón de todos: el efecto de la pobreza es la desespera– c10n. ¿De estas dos pasiones, cuál será más útil a la patria? La primera produce héroes y la segunda revoluciones, delatores y asesinos. Un hom– bre sin afecto que lo domine, es una estatua. Sea dominado, enseña Fi– langieri, por el amor de la sociedad y de la gloria. ¿Ocuparán estos no– bles pensamientos al débil que expira en la miseria? Cuerpos sin vigor, almas sin energía, espíritus sin fortaleza ni rectitud, son pajas que nada valen por sí, pero que incendiados consumen templos, casas y palacios.

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