Los ideólogos: Cartas americanas

CARTAS AMERICANAS 127 Si la moralidad en los que gobiernan ha sido iempre necesaria, mu– cho más cuando cualquier flanco que se deje a nuestros adversarios es de grande consecuencia. Ellos dicen, ¿qué Evangelio es el que juran estos vo– luptuosos que si no tienen un serrallo, es porque no hay muros que con– tengan su insaciable apetito? ¿Qué paz es la que procuran los que respiran el espíritu de disolución y de guerra? Estas reflexiones no las harían para abrazar conducta más religiosa. Serán ebrios, adúlteros, impíos: maldeci– rán a los que escandalizaron con su mal ejemplo, pero siguiendo su infer– nal doctrina. No seTán buenos esclavos, ni tendrán virtudes para ser li– bres. Ni querrán defender los derechos de nuestro rey, ni tendrán valor para defender los que llaman suyos; serán el juguete de los que quieran oprimir, y a semejanza de cierto Tey, solamente estipularán que no se les impida el goce de sus vergonzosos y ruines placeres. Tal es la situación en que nos dejó el M... Fortificado el cuerpo de fanáticos, debilitado el pue– hlo, e inútil para el monarca, y para sí. No mueve mi pluma el odio. Son hechos tan públicos y ciertos como e que amo a usted con distinción entre todos mis amigos . CONSEJOS A MI AMADA PARA QE SE CASE Sábado 20. Hablar de matrimonio a una persona, cuyo corazón se poseyó en otro tiempo, se creerá obra de la insensibilidad o del capricho. El amor propio se resiente al oír en los labios de un antiguo amante las proposicio– nes que yo quiero hacerte. La sangre encenderá tus hermosas mejillas. Brincará tal vez el agua a tus ojos. Un sollozo te impedirá leer mi carta, y mis cláusulas serán continuamente interrumpidas con dicterios. ¡Qué alma tan baja dirás! ¡Qué sentimientos tan impropios y tan ruines! ¿Es este el hombTe a quien yo amé en otro tiempo por unas prendas no vulga– res, que tanto le recomendaban? Mi pasión me engañó. Desconozco su mérito; él es un impostor frívolo, y sin carácter que no hizo sino abusar de m1 inocencia. Maldeci'rá la hora primera en que tus bellísimos ojos res– pondieron con igual fuego a los míos. El sitio en que nos estrechamos, no lo verás ya como un sagrado en que se ofrecieron nuestras almas abra– zadas al amor. Te lo representará como un cadalso afrentoso donde mu– rió tu hermosura, y perdiste todas aquellas peTfecciones con que te había adornado la naturaleza. Sí: es preciso que tu pecho palpitante sienta una furiosa conmoción contra el autor de tus desgracias. Te creerás una Ta– mara burlada con desprecio. Se convertirá en sensible odio el anteTior afec– to. No podrás sufrir mi nombre, sin entrar en delirio o conrnlsión . o

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